2006/12/29

Mi primer Quijote



Regalitos de la feria


Si algo disfruté de la pasada feria del libro (noviembre) fue mi rol de mamá promotora de lectura a tiempo completo. Sebastián no sólo me acompañó a recorrer módulos y espacios, si no que se convirtió en el compañero de bautizos y presentaciones de publicaciones que gente muy querida tuvo el placer de coordinar o crear, de personas con las que tuve el inmenso placer de trabajar, amigos, conocidos, Irenela, desde el pabellón infantil, o Diana y su emotivo encuentro.

Claro que no todo fue un cuento de hadas. A Sebastián le aburrían horrores algunas “imágenes inmóviles”. A veces, después de agarrar algún libro para curiosear -que en mi ingenuidad daba por sentado que lo había seducido- me preguntaba de manera inquisidora: “¿Y esto no trae DVD?”. Acto seguido se marchaba en actitud triunfante con el flaco a los espacios musicales. No obstante, a mi niñito índigo tecnológico le pareció maravilloso encontrarse con textos como Chumba la cachumba, No se aburra, Rey rollo o Matilda, por mencionar algunos que forman parte de su historia como pequeño lector.


El año cervantino


Aunque la lluvia amenazó algunas de las andanzas por el complejo ferial, encontré ofertas, lanzamientos y material para el postgrado. Entre esos afortunados encuentros di con un libro precioso, motivo de este post: Mi primer Quijote, ilustrado por Mingote y publicado en el 2005.

El IV Centenario abrió el abanico de todo un año de publicación y producción para versiones, recreaciones, exposiciones y estudios sobre la obra cervantina, en especial sobre el Quijote. Tuve la increíble, irrepetible, inconmensurable e inolvidable oportunidad, durante un soleado abril de 2005, de ver imágenes del Quijote de manos de Doré, Picasso, Daumier y Dalí en La Pedrera, recorrer algunos de los puntos de la ruta quijotesca, visitar museos temáticos: celebrar al Quijote, pues. También tirité de frío en el puerto barcelonés donde se recrea la feroz y decisiva batalla contra el Caballero de la Blanca Luna, en la que el héroe es finalmente vencido. Para quienes leímos El Quijote con Ernestina Salcedo, la más mística y dulce de todas las profesoras ucabistas, el hidalgo nunca más nos fue indiferente, y siempre volvemos a él. Reímos hasta el absurdo, sufrimos espasmos al tratar de adentrarnos a los recovecos de la prosa cervantina y lloramos por los pájaros hogaño. ¿Como no transmitirle entonces a mi hijo la más maravillosa de las historias sobre un “enderezador de entuertos” a él, que felizmente cree en superhéroes?



Edgar Colmenares, en su Aventura lexicográfica del Quijote, afirma que

asumimos que (el quijote) es un tema que, como competencia activa, debe formar parte del background de cualquier estudiante o cualquier investigador que formalmente se acerque a los predios cervantinos y a los dominios del lenguaje, de la literatura y del arte en general y que, además, conscientemente, asuma la correlación que, también de hecho, existe entre el hombre y su momento histórico social. En la vida, y el lenguaje, la literatura y el arte son modos de expresar la vida, es imprescindible una permanente conjunción entre los principios que lo fundamentan y la praxis que de ellos se genera cotidianamente.


Uno de los atributos más hermosos de esta obra es al mismo tiempo su mayor obstáculo para seducir lectores: el lenguaje. Por ello, las recreaciones surgidas a propósito del IV Centenario apuntaron a un Quijote más leíble, eso sí, sin alterar la esencia y estructura de la narración. En este caso, las versiones buscan enamorar al lector e invitarlo a que una vez conocidos los intríngulis de la historia, se mida con el hidalgo en lo que sus páginas encierra. Nada como leer el Quijote en su estructura y contenido original, aunque este esfuerzo no sea nada fácil. Un ejemplo de este puente hacia la obra de Cervantes es Mi primer Quijote, del autor José María Plaza. El texto, que respeta la estructura original de los 52 capítulos que componen originalmente toda la primera parte, busca acercar a lectores jóvenes y adultos a la obra original. Tarea nada sencilla y valiente, por supuesto.

Mingote, el archiconocido dibujante, humorista y miembro de la Real Academia Española desde 1987, ilustró también un Mi primer Quijote, otra “primera lectura”, esta vez concebida para niños. Un libro álbum sirve de espacio para la narración sobre este dúo dinámico compuesto por Quijote y Sancho, contando con muchísimos elementos, personajes y recreaciones de la obra en sus dos partes. Ahora, este feliz hallazgo provoca risas y preguntas en un atento Sebastián; confieso que me conmueve la cercanía que puede sentir mi niñito telemático estimulado por héroes omnipotentes, robóticos y cyber estelares hacia personajes que cabalgan en rocines flacos y asnos para impartir justicia en el mundo. Esa es la fuerza de historias y personajes universales.

Mi primer héroe soñador apareció -gracias a mi mamá, por cierto- a los siete años: un niño lleno de color y encanto que viajaba gracias a los cometas, se cuidaba de los baobabs y tenía una inmensa responsabilidad sobre volcanes que limpiar, mientras amaba a una rosa. El resto es historia.

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