2006/12/28

Seducir a nuevos lectores



Entre las falsas profecías del cataclismo editorial figura, sin duda, la “muerte” del libro.

El libro, compendio físico inestimable, de volumen considerable o escuálido, es para algunos un objeto de colección, teñido de pretensiones románticas; un “aburrido” espacio de encuentro monocromático donde el único recurso telemático es la imaginación.

Frente a la lista interminable de artilugios, adminículos y gadgets innovadores que “facilitan” el encuentro y un proceso de lectura más “cercano” y multimedia, sigue el libro encabezando la conocida polémica donde los unos preconizan su desaparición en aras de desarrollo tecnológico y los otros plantean la necesidad imperiosa de cambiar, evolucionar o crecer, ser y parecer algo más que un libro.

Captar, seducir, fomentar, promover lectores no es tarea fácil. Los usuarios cambian, cambia el lenguaje, cambian las historias, aparecen modas y el discurso semiótico atenta contra el “esfuerzo” de imaginar, comprender, interpretar y aprehender. Entonces el libro no puede escapar a la disyuntiva de adaptarse o desaparecer.


Experiencias en el aula

Durante casi toda mi vida docente he trabajado con tercera etapa. Interactuar con pre adolescentes (con hábitos de lectura deformados o prejuicios) no es sencillo, pero conocer aunque sea por aproximación su imaginario es vital para captar a esta audiencia, de la que se puede aprender no poco, por cierto.

Si algo es inaceptable para mí es la pretendida idea de que los manuales de Literatura parezcan compendios enciclopédicos y las palabras deban tener carácter de sentencia, sin posibilidades de interpretación o confrontación (a veces de significación, incluso).

Antes del boom reciente de las editoriales de ampliar y consentir a sus usuarios e invadir aulas con contenidos sensoriales, poéticos, ensayísticos diversos y atractivos ajustados al currículo, me tocó enfrentarme hace algunos añitos con muestras editoriales sin revisiones o actualizaciones, anquilosadas y prescriptivas.

Podría contar muchas experiencias de aula en consecución de objetivos que lograron convertirse en aprendizajes significativos. Recuerdo un par de promociones de primer año de ciclo diversificado donde el nivel de lectura era bajo, los chicos eran (¿?) dispersos y los proyectos científicos acaparaban su esfuerzo y su atención, lo que me colocaba en desventaja, por supuesto. Nos tocaba “enfrentarnos” en ese momento con narrativa latinoamericana y la saga de los Buendía. Antes de tratar de someterlos a una lectura que exige un considerable esfuerzo por parte de un lector desprevenido, decidí apostar en primer lugar por otra muestra más “sencilla”; la inolvidable novela de amor y misterio Del amor y otros demonios, leyenda inspirada en la marquesita de La Sierpe y de quien el Gabo tuvo noticia, adaptando luego la historia al dominio de su impecable realismo mágico.

A los chamos les encantan las historias de amor, vampiros, el relato fantástico; esta muestra llenaba todos esos requisitos, envuelta en una narración breve y cargada de humor y misterio. Luego de ese abreboca, la comprobación de lectura suponía más que un acto de interpretación memoriosa: implicó leer, degustar, relacionar e identificarse con contenidos y niveles de la historia, conocer al autor, opinar. El Gabo se convirtió en favorito para mi pequeña audiencia, sin duda.

Durante el 2005, tiempo ha de aquel encuentro, tuve la feliz experiencia de compartir con cursos en los que la exigencia de contenidos era mayor. Recuerdo con especial cariño la labor de mis alumnos y alumnas de segundo año del ciclo diversificado al conocer la literatura decimonónica y contar con Noches de pesadilla, una antología de cuentos de terror como material idóneo para realizar estudios de intertextualidad. Contar con catálogos de ofertas editoriales facilita la tarea tanto del docente como del alumno. Creo firmemente en que hay que enamorar al alumno de la literatura y de la lectura, pues un contenido de la materia que no resulte seductor o críptico puede alejarlos de la experiencia lectora para siempre.

El principal escollo de este tipo de encuentros felices es que en su mayoría los chicos se resisten a consultar el diccionario y prefieren someterse a una percepción errónea de contexto antes que “investigar” sobre la acepción exacta del término en la lectura que realizan. Sin hablar de la seducción del celular, el msn, Internet, el iPod, y cualquier herramienta que no implique concentración ni esfuerzo y que resultará siempre más atractivo, fácil y cercano. Ahí entra otra vez el docente con su espadita de papel bajo el brazo. Hay que convertir al diccionario en aliado imprescindible, así como hablar, referir y aconsejar sobre libros en un sinfín de invitaciones a leer para quienes fungen de auditorio. No entiendo a veces como existen profesionales que esperan “actitudes lectoras” en los demás si menosprecian el acto literario, la creación escritural o peor aún, a pesar de los esfuerzos por denominarse “escritores” “poetas” y aparentar una profundísima sapiencia, no leen. Esta contradicción siempre se hará evidente, por más palabras yuxtapuestas o giros rebuscados. Y los nuevos lectores son implacables, por cierto.

Supone entonces una tarea primordial acudir a herramientas esenciales alternativas como lecturas, simulaciones, películas, diccionarios, muestras artísticas, viajes culturales y biografías, así como de la disposición del docente como guía y reflejo de lo que afirma, no en su antítesis. Conocer de todo, reflejar lo que dice, contar con lo que cuenta.

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