2007/02/09

Merienda de cadáveres



La expresión no es mía. Se la escuché genialmente a Sebastián Araujo mientras le hacía unas preguntas para un documental asignado en uno de los talleres de periodismo que hice en la escuela de Letras de la UCAB, años ha. Sin pretenderlo, adopté el término y en más de una ocasión lo he aplicado en perfecta sintaxis y en concordancia con situaciones donde no cabe otro comentario.

Tanto nadar...

Hace un tiempo, le recomendé a una amiga que se leyera por lo menos uno de los libros de Walter Riso, a ver si podía despojarse de un montón de etiquetas que no reviviran ni con 3M doblefaz. Pasó tantos años de su vida pegada a aquel lexotanil afectivo en que se le convirtió la pareja, que se olvidó en alguna parte y no quiere encontrarse sola.
De nada sirve recomendarle a alguien enguayabao que pase la página, que lo deje ir; nadie aprende a rezar con escapulario ajeno, como dice mi mami con su vocecita tranquila. Por supuesto, que fácil es decirlo cuando uno ya ha transitado por ese capítulo de Topacio y puede ver el asunto en perspectiva y aplicar reglas de oro para la recuperación emocional... ¿quién me quita lo bailao?
Mientras tanto hay que aguantarse la fatalidad del asunto. Ahora mi adoradísima amiga, encantadora, inteligente, capaz de cruzarse con el chico que ella quiera, quema carbohidratos en un gimnasio sólo para ser la mejor amiga del ex, para recordarle cada vez que puede cuando se tomaron el primer café con leche juntos, prometerle que estará ahí dispuesta cuando quiera volver, que ella sólo lo conoce, sólo sabe realmente lo que le gusta y dale que te pego...
Lo peor es que el ex también es mi amigo. Y entiendo que destine siempre un espacio para entender a su gata loca que no quiere irse, aunque hace raaaaaato que está con otra chica. El pobre tiene una carga de culpa tan grande por los detallitos especiales que tuvo con la amiga en cuestión (cachos, mentiras, falsas expectativas y apego, pos claro) que se siente incapaz de hacerle el favor más grande que alguien que te ama puede hacer en un momento así: dejar la merienda de cadáveres.

El singular padre Tejedor, teletransportado directamente de la celda de San Agustín a nuestra calurosísima aula de clases ucabista los miércoles en la tarde, nos hacía reír siempre con sus anécdotas y especialmente con aquella de los amantes-de-Teruel-tonta-ella-tonto-él. Río al pensar qué diría de la imagen de esta entrada, el reciente hallazgo en Mantua de una linda parejita que murió y permanecerá entrelazada para siempre...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Daki se te olvidó el ytal-ytal-ytal
Jeje
:-)