2007/10/21

Lorca: poeta en Nueva York

Escuchar, leer o disfrutar a Lorca es uno de esos clichés que descubrimos acercan a más seres humanos de los que somos capaces de imaginar.

Como lectora temprana, tuve oportunidad de otear algunos poemas y dibujos en publicaciones como Babel; luego, gracias a las clases comentadas de Basilio tuve la oportunidad de estudiar la poesía lorquiana gracias al Romancero gitano, uno de mis favoritos, y algunas piezas teatrales como la fabulosa Yerma, entre tantas otras. También pude sobrevivir a las descargas histriónicas de Frank Spano y su garrapatear sobre el pizarrón verde de nuestra calurosa aula de clase. En nuestro país existe toda una cultura de ejercicios, lecturas dramatizadas o representaciones lorquianas permanentes, lo que quizás sirva de abreboca o espacio de deleite para los admiradores del artista. Así como Robert Smith afirma sin tapujos que sus fans son necesariamente apasionados e inteligentes y que una personita conforme, gris y sin contradicciones no puede disfrutar de The Cure; con Lorca esta afirmación se transforma en axioma (salvando la distancia y perdonando lo ecléctico de mi parte).

En el año 2004 vino a Venezuela en el marco del FITC la increíble, hermosa y talentosa Sara Baras a colmar con su pasión flamenca los espacios de la Ríos Reyna con su representación de Mariana Pineda, la valiente mujer que se unió a un grupo de combatientes liberales que se opuso a Felipe VII y que luego de crear la bandera del movimiento revolucionario fue capturada y fusilada en la plaza pública de Granada. Así como resulta absolutamente fascinante escuchar a Morente cantando y contando los versos de Lorca, cada recreación de los dibujos, los versos o los tipos del artista resultan espacios obligados y objetos atractivos de mercadería que bien que podrían enmarcarse en aquella escena emblemática de Daalí de Els Joglars ( FITC, 2001) en la que después de la muerte del artista aparecían en insultante secuencia las exorbitantes ganancias obtenidas después de la muerte del pintor.

Un poeta en Nueva York

Leo en Papel en blanco un interesante artículo de Sergio Fernández sobre la edición de una versión definitiva de Poeta en Nueva York; aunque al parecer debemos esperar un par de años antes de su publicación. Será.


Al parecer, días antes de su trágica muerte, Lorca le entregó a su editor de confianza José Bergamín el manuscrito de la obra, con abundantes tachones, correcciones y notas, al parecer con el fin de que entre los dos pudieran darle unas pinceladas finales y convertirlo en el libro que el granadino siempre tuvo en mente pero nunca pudo plasmar de forma completa. Y no ha sido hasta que en 2003 la Fundación García Lorca comprara ese original en una subasta que se empezarán los trabajos de varios renombrados especialistas de su obra para recomponer, de la mejor manera posible, una de sus obras cumbre.

Esta ardua tarea llevará a ofrecernos dentro del plazo dicho la obra definitiva, editada por la propia Fundación. No me cabe duda de que será un lanzamiento por todo lo alto del que podremos disfrutar los lectores de a pie, así como también lo harán los especialistas, que se encontrarán todo lujo de detalles en las (nuevas) páginas de Poeta en Nueva York.



2007/10/12

Jorge Drexler pasó por Caracas


No, No he dejado ni culminado la tesis. Aún en proceso de construcción, ya creo que la tesis ocupará este trimestre al infinito y más allá. No obstante, so pena de correr el peligro de dejar los textos guardados siguiendo el consejo de Horacio, hago una pausa para comer chocolates y escribir un poquito sobre el inolvidable concierto de Jorge Drexler ayer en la Universidad Central. Prometo escribir sobre Corcobado y Nubox, quienes también estuvieron en septiembre por estos lares.

De vuelta a Caracas

Hace cinco años vino por primera vez a Venezuela Jorge Drexler. En aquel entonces, una abarrotada sala del Celarg servía de marco para la realización de una de las sesiones de Rock en Ñ, el evento que comparten la Fundación Nuevas Bandas y la Embajada de España desde hace unos seis años, aproximadamente. En aquella inolvidable oportunidad, Drexler interpretó temas de sus discos Frontera y Sea, jugó y compuso atmosféras con efectos diversos, conversó con el público, nos pidió acompañarlo con aplausos y tonos de celulares y cerró con uno de sus temas más hermosos (y preferidos, of course): La Edad del Cielo. Luego del concierto, tomando en cuenta que era un día de semana y la ciudad estaba desierta, lo llevamos un rato al (extinto) Belle époque, conversamos, nos tomamos unos traguitos, aprovechamos para conversar y compartir con un par de chicas que se confesaron seguidoras del cantante y aprovecharon para hacerse fotos y conocerlo. Sencillo, súper simpático, cero poses, inteligente y agradable. Todo un muñeco, pues.

Un día de septiembre vi en La Cota el afiche del concierto de Jorge en Caracas. La compañía de producción venezolana Palo de agua apostaba por traer al cantante en formato acústico, ya que la gira con la banda llegaba hasta México, según había escuchado. La verdad, al principio no estaba muy segura de ir luego de aquel concierto en el Celarg; después de todo, y del Oscar, Drexler se ha convertido en suceso mediático. Por eso, aunque suene un poco complicado, hay artistas a los que por repetición, cansancio o decadencia no deseo ver más, como Charly, Los prisioneros, La Unión o Fito. No obstante, así como existen artistas pretendidos que se enmarcan bajo una dudosa y nunca exitosa aetas aurea, existe gente realmente famosa que no cambia tras vender miles de discos o recibir múltiples reconocimientos. Tras una invitación muy especial de la productora y de parte de Jorge, nos lanzamos hacia al Central para asistir al concierto.

Roque Valero


Así como hay bandas y artistas venezolanos cuya referencia nos hace sentir el pecho henchido de orgullo, nos hacen bailar así estén compartiendo tarima con Diveana, exaltan el más altísimo sentido de nuestra venezolanidad, bla bla bla; hay otros que simplemente no nos gustan. Pueden ser buenos músicos, experimentar los linderos más geniales de la composición, estar chéveres, pero no nos gustan, pues. Con esta ligerísma reflexión inicial, sólo deseo aclarar que más allá de la falsa creencia de que uno tiene que apoyar todas las expresiones vernáculas sólo porque se es venezolano (a) que no comparto ni ejercito, no me siento en lo más mínimo obligada a admitir que me gusta, ni remotamente, la música, las letras o la interpretación de Roque Valero.

Ojo: He visto a Roque, desde hace años, en teatro. Excelente actor, sin duda. Como no veo novelas, ni pienso opinar al respecto: me imagino que lo hace igual de bien. Pero como cantante, este es otro asunto: letras pobres y rimas tan inconexas como los ejercicios cacofónicos forzados de Arjona. En el caso de Ricardo, su machismo a ultranza conjugado con su complejo de malbañado irresistible no me atrae en lo absoluto. Roque tiene buena voz, cónchale tiene la inteligencia como para armarse sendas letras que reflejen ese imaginario que presumo debe llevar por dentro y encontrar su camino, su sello, su impronta: dejar de ser la sombra de quienes transitan ese camino antes o mejor que él. Celebro que le haya ido tan bien durante su presentación (aplausos, gritos, bises y demás) y que me haya dado elementos para saber porqué no me gusta, aunque nos quedamos con ganas de escuchar su interpretación de Ace.

Y, luego de que la gente aplaudiera a la luz que simulaba el faro, a los técnicos, cualquier sonido, cualquier movimiento, apareció Jorge. La gente se levantó a aplaudirlo, gritaba, aullaba, silbaba. Las 2000 personas (apróx.) que nos encontrábamos allí, bien que podíamos armar una ensordecedora atmósfera, sin duda. Para mi sorpresa, mucha gente conocía todas las canciones de Jorge, lo que el cantante reconoció y agradeció. Sin embargo, hasta el mismísimo Drexler se vio obligado a pedirle a la gente que no aplaudiera tanto (gracias, Jorge) para que aquello dejara de parecer un concierto en el River y lograrámos disfrutar de aquel encuentro íntimo con la voz y la guitarra del cantante.

Maravilloso. Ya sabía que iba a ser difícil escuchar la Edad del Cielo o Fusión, pero igual pudimos disfrutar de canciones de 12 segundos, Eco, Sea y Frontera. Tres veces tuvo que regresar al escenario, cantó a capella Al otro lado del río, una versión milonga del Loco Juan Carabina y se despidió prometiendo volver a Venezuela (ojalá).

Poder disfrutar de Jorge como hace cinco años resultó complicado e imposible. Pudimos saludarlo, claro, y conversar unos nano segundos para comprobar que sigue siendo el mismo a pesar de la fama y la avalancha de gente pidiendo autógrafos múltiples, fotos hasta con el perrito, divas de la tele, escritores, productores, músicos y chicas que gritaban y le hablaban al mismo tiempo.

Marcamos tarjeta en la merecida celebración de Palo de agua en Whisky Bar, el flaco compartió otro tanto con Jorge, agradecimos a los productores el trato amabilísimo que tuvieron con nosotros y nos escapamos.

Me pregunto si pasará lo mismo con Quique González o Nacho Vegas, si vuelven alguna vez a Venezuela.