2008/01/09

La palabra: problema particular


Escribe, sí, pero de lo que yo hago y sólo como lo hago yo

El Diccionario de Autoridades (1726-1739) estableció fijar el idioma e impedir la “descomposición” de la Lengua. En su criterio normativo y prescriptivo, se evidenció el purismo desde el que se concebía el registro y la norma. Según Lázaro Carreter, el casticismo como norte del estudio del léxico pretende (aún) resucitar el pasado lingüístico nacional: “El purismo no es otra cosa que la faceta negativa de esta actitud destinada a rechazar la intromisión de vocablos nuevos, procedentes de otras lenguas o de creación personal”.

Este carácter normativo se erigió como metodología de trabajo y elaboración de los repertorios lexicográficos y vocabularios. El diccionario, antes que cualquier otro producto de carácter editorial, es una praxis que trasciende su función de libro objeto para convertirse en un objeto con valor social, un “objeto sociocultural” como lo definió Dubois.

Desde la Academia, y luego con el DRAE, el diccionario más conocido y erigido como reflejo fehaciente de la norma, se popularizó la creencia de que las palabras existen y se ajustan al uso debido si están contenidas en sus páginas. Si por el contrario, no existe, que es el término que se emplea comúnmente para señalar a un vocablo que no está documentado o cuya acepción no responde al criterio que se esperaba, entonces pareciera que es mejor enmudecer antes de pretender de nuevo el uso de esa palabra que no está aceptada.

¿Aceptada por quién? “Limpia, fixa y da esplendor”. Explicar la máxima que acompaña a la Academia sería tautológico. Para Dubois, la función de un diccionario es definir la norma lingüística: “el diccionario autoriza palabras, construcciones y sentidos, integrándolos en el `uso´ de la comunidad”. Fuerza de ley, acto de fe. Finalmente se comprueba lo que en ocasiones hemos llamado, parafraseando a Casares, el “didactismo” del diccionario: por un lado, enseña, más allá de socializar un significado, o como afirma Calvo, resuelve no sólo dudas semánticas, sino ortográficas, aunque en el lector deba existir una prefiguración de la escritura de la palabra antes de otear sus páginas. Por otro lado, el diccionario regula: el diccionario se convierte en garante y guardián del uso, so pena de creer entonces que las ausencias y las fallas son de la Lengua, más que del libro consultado o reverenciado.

Para Rey-Débobe, el diccionario no sólo enseña las informaciones que transmite directamente sobre los signos y las cosas, también hace uso de otros medios que aparecen más o menos escondidos en sus páginas. “Por ello, la fuerza social que pueden alcanzar las obras lexicográficas lingüísticas o no, como en el caso de la Enciclopedia francesa”.

En la lexicografía contemporánea no sólo se enriquece el pasado, si no que también se comprueba y se elimina lo inservible, afirma Casares. “En este sentido, nuestra Academia ha sido, en su proceder, modélica, por más que existan en sus diccionarios laguna o fallos, fácilmente explicables”. Lo de fácilmente, lo subrayo y objeto. Ya dedicaré espacio para este tema más adelante.


Sobre la definición de definir y lo definido

Para Lázaro Carreter el diccionario da cabida a todas las palabras y a todas sus clases. El contenido de cada entrada, afirma, “tiene carácter sémico, no es una cosa: los elementos inventariados tienen el carácter de elementos de la lengua”. La definición supone el análisis sémico. En el sentido amplio de la concepción de una definición, lo ideal es incluir informaciones de tipo morfológico, etimológico, pronunciación, niveles de la Lengua, elementos diatópicos (mas no diastráticos) y toda la información posible que pueda atender al usuario del diccionario y que facilite su consulta.

Fernández Sevilla opina que para exista una definición adecuada no podrán faltar los rasgos sémicos constitutivos, los opositores y los diferenciadores, además de sus posibilidades combinatorias. “La definición, -continúa- es un predicado de la voz de la entrada en el que están presentes esas condiciones, y suele tomar la forma de una fase endocéntrica equivalente en el plano gramatical del término que figura en la entrada”. Resulta necesario entonces incluir en la definición ciertas informaciones enciclopédicas, locativas y temporales frecuentemente, buscando no desasistir al usuario en su búsqueda.


En realidad, el usuario del diccionario, en raras ocasiones, es un especialista; luego, los diccionarios no se generan a partir de la existencia de lectores especializados. Sin embargo, el lector común la mayoría de las veces ni siquiera ha reparado en la guía del usuario o en las abreviaturas. El usuario que acude a resolver una duda, pareciera, en algunos casos, una víctima a la que contribuye su propio desconocimiento de la herramienta. Si frente al DRAE existe una vastísima cultura de reverencia, resulta lamentable imaginar el panorama en el que ubicaríamos a consumidores de productos plenos de repertorio lexicográfico que responden a criterios editoriales o amores furtivos de diletantes, más que a labor de especialistas.


La destreza científica del lexicógrafo

Así como los usuarios comunes de los diccionarios meten en un mismo saco y confunden nominalmente al léxico con vocabulario, gramática con lingüística y semántica; convierten a una fuente de consulta en ente rector de las convenciones y los usos. Para Bosque, el desconocer la utilidad del diccionario es sesgar el enriquecimiento y perfeccionamiento de la expresión idiomática, que no es si no “el soporte y medio de su facultad de raciocinio, que le permitirá, entre otras cosas, el desarrollo de su propia libertad”.

He ahí una de las tareas del lexicógrafo. Proporcionar medios e insumos para generar materiales didácticos, más allá de la norma y las restricciones, mientras evita la prescripción como génesis de su investigación. Predicar contra la falsa creencia de que las palabras mueren o que la lengua se degenera. No está fácil. La pregunta es la misma: ¿desconocer al DRAE? No, no lo creo. Conocer y elegir, respetar el uso ante la convención en algunas ocasiones.

Tampoco se trata de un esfuerzo mimético por revivir el lenguaje, so pena de sufrir la tragedia de Funes, el memorioso funesto que de manera magistral retrató Borges en uno de sus relatos. Existe una metodología cuyo origen se debe a la Academia y que ha permitido desarrollar una línea coherente de investigación y tratamiento del léxico, además de la elaboración de artículos lexicográficos. Si algo advierte el cartel de entrada es que la lexicografía no es labor para diletantes.

La ampliación de las líneas de investigación referida a los usos regionales y particulares vislumbra el camino para quienes trabajan con y sobre el léxico; para ello resulta indispensable incentivar el trabajo de manera coherente con criterios estadísticos y fundamentados, mientras atendemos a la norma, en la mayoría de los casos, sólo para referencia.


4 comentarios:

J. L. Maldonado dijo...

Me gusta leer este tipo de artículos dado al mal uso que hago de mi querida lengua española -prefiero decirle así que decirle "castellano", tonterías de uno.
En Venezuela y sobre todo en Caracas, hay mucha tela por cortar en el tema lexicográfico. Emulando a Carreter, aquí la gente se lo vive con un "Dardo en la palabra".
Gracias por tu visita.

Dakmar Hernández dijo...

Gracias a ti por pasar, eres bienvenido siempre...

Si hay que tomar partido por una de las etiquetas, pues te acompaño en la opción que defiende el término "español"... Eso sí, español de América, pero español al fin: para validarlo bien que podemos echar mano de estudios lingüísticos y étnicos que no nos desamparan; sin contar con la variantes andaluzas, los dialectos, etc.

Leo y sigo algunas obras y estudios de Carreter, por cierto, me pareció un poco lo conservador en algunos artículos en el "Nuevo dardo...", ¿a ti no? No obstante, este autor me resulta indispensable a la hora de hablar de lenguaje y español, como verás.

P.D:Ya te comentaré sobre el libro! Gracias.

J. L. Maldonado dijo...

He estado tentado en comprar El nuevo dardo... pero me he frenado por la cola de libros que tengo por leer. Ya te diré, pero en lo que a mí respecta -y creo que para ti también- Carreter es de lectura obligatoria, al menos para los que nos gusta los andares lingüísticos....
Qué casualidad con lo de la lectura...Me gustó bastante.

Por cierto, creo que citamos algo de tu blog en Librería Sónica.

Mis saludos.

Dakmar Hernández dijo...

Ah! esta no me la sabía!
Gracias, gracias a ti y a Lin!!
Un beso