2008/01/04

Un coctel sin acento, por favor*



Cuando se plantea la necesidad de que la política lingüística y la política educativa elaboren fundamentos de convergencia sistemática para afrontar el desafío de una formación lingüística sin limitaciones ni censuras, se está sosteniendo aquí la convicción de que pueden darse propuestas que no involucren la estigmatización del habla materna no estándar y la marginación de sus hablantes, que por el contrario sea capaz de romper el circuito de transmisión de prejuicios ideológicos socialmente desautorizantes.


Roberto García y María Teresa Genisans**



Día normal

Para quien ejerce el trabajo de corrección y edición, cada texto susceptible a modificación (ortográfica, tipográfica, ortotipográfica o de estilo) implica el poner en tela de juicio todos los conocimientos adquiridos, y, al mismo tiempo, echar mano de todo lo aprendido, visto, saboreado, escuchado y vivido para lidiar con el campo inasible de lo metalingüístico. Como quien recibe en herencia un mito enriquecido por la tradición oral, creemos o confiamos en que el mejor aliado para esta tarea es, sin duda, el diccionario. Uno bueno, por cierto.

Los que lidiamos día a día con el lenguaje, (¿quién no?) sabemos que hasta en el mejor de los casos el diccionario no “responde” o el “concepto” se ajusta a un ideal de significado que en vez de salvarnos, enreda o abandona. Interesante. ¿Qué buscamos en el diccionario? ¿El registro (uso) o la norma (cómo debe usarse)? Sea lo que haya motivado nuestra búsqueda y parafraseando al doctor Colmenares del Valle, acudimos al diccionario para resolver una duda. Así de simple.

¿Dudar?, quizás

Hace unos añitos tuve la suerte de formar parte de un equipo de investigadores, antropólogos y editores en torno al desarrollo de una base documental concerniente a patrimonio. Para cuando nos integramos a este ambicioso proyecto, aún se discutía sobre usabilidad, interfaces, recopilación, diseño y manejo efectivo de la información.

Tarea nada sencilla nos tocó a los editores, al enfrentarnos con la necesidad de generar una plantilla para elaboración de fichas a partir de un modelo propuesto por los técnicos. No fue fácil concebir un modelo de redacción, pero entusiasmados acudimos a un proceso de “cambiar el caucho con el carro rodando”. Con aciertos y desaciertos, claro, instrumentamos pautas orgánicas frente al vacío de precedentes, fórmulas arquitectónicas o en el peor de los casos, de la inexistencia de una metodología adecuada a este propósito.

En realidad, ahí no estaba planteada ni de anteojito la peor de las dificultades. El encontrarnos con términos diatópicos y diastráticos como casabe, cazabe, sapoara, zapoara, hallaca, hayaca, jojoto, manjar y bienmesabe, dulce de leche o dulce e´leche, entre muchos otros, evidenció, por una parte, la ausencia de un corpus que dé cuenta de nuestro ámbito lingüístico. Por otro lado, nos hizo comprobar la inconsistencia o inexistencia de estudios pormenorizados sobre nuestros usos, acepciones y voces venezolanas o americanas.


Cóctel o coctel


En las reuniones del equipo de producción editorial pueden superarse escollos semánticos y ortográficos gracias a las interminables discusiones sobre palabritas. En mi caso, me volví un poco obsesiva (lo confieso) con el uso normativo de /cóctel/ y la tendencia de colocarle el acento grave en vez de la entonación aguda, distinción acorde con nuestra competencia (habla). Llevé mi /cóctel/ bajo el brazo como caso a considerar y una de mis compañeras, una editoraza, me hizo ver la luz al final del túnel.

Si revisamos los artículos lexicográficos de ambos lemas en diccionarios normativos como el DRAE o el DPD, no hay duda del uso: ambos admiten en forma indistinta las dos grafías. Sin embargo, aún me enfrento con la resistencia de muchos en aceptar el “uso” de la forma /coctel/ en textos que me corresponde editar, y que van desde una simple invitación a una fiesta hasta el brindis post bautizo de un libro. Socialmente tenemos miedo a “romper” la norma, ajustándonos a la camisa de fuerza que implica lo que creemos prácticas correctas del lenguaje: aunque no hablemos de esa manera preferimos, en último caso, pasar por afectados y disfrutar del brindis sin tanta quejadera.

“Un cóctel es una fiesta durante la tarde, por eso derivamos la lexía compuesta `traje de cóctel´”, me comentó una compañera. “Uhm…” dije. “¿Toman cócteles o cocteles?...” fin de la discusión.

Luego, si existe la acepción "aprobada" de la palabra y el diccionario no registra las posibilidades "comprobadas" de uso, quedamos inermes frente a la duda. En mi caso, opto por no ser purista strictu sensu, y no rechazo de plano las posibilidades de innovaciones o usos “marginales”. Con lo que implican los tiempos de producción editorial, trato de atender a cada uno de los casitos con el mayor de los cuidados, buscando una síntesis que satisfaga ese cuidado por preservar,—ojo, no prescribir— usos, sin creer que atender a nuestras particularidades como hablantes significa atentar sin remedio contra la lengua o peor aún, contra las buenas costumbres.


* Reeditado y publicado para la entera satisfacción de mis lectores.

* *En: El cerco del prejuicio en Lingüística y Educación


2 comentarios:

Cristian M. Piazza dijo...

Hola Linda,

Me gustó verte así, empezandito el año, como cuando regresábamos a clases. Yo también te quiero siempre.

Yo personalmente creo que después del cuarto "cóctel" uno se bebe hasta el acento. Habría que medir el grado de alcohol de los miembros de la academia a la hora de las discusiones.

PD: ¿Dakmar o Dákmar?

Besos

Dakmar Hernández dijo...

Dakmar, Dákmar, Dasmar, Dagmar, Dackmar, Datmar, Dadmar,Daymar, Daemar, Dashmar, Daimary, Dakmary y pare de contar. Grabada con humor en el inventario de Roberto,guarida para un cafecito barcelonés en la Travessera de Dalt, 7... lejíiiiiisimo de su referente semántico en los nepales:yo.

Bienvenido. Vuelve siempre,
te quiere siempre