2008/09/08

Los años de la guerra a muerte*

Los años de la guerra a muerte. (Bolívar, Boves, “El Diablo” Briceño y José Félix Ribas)

Novela

Mario Szichman

José Agustín Catalá, editor / El Centauro ediciones

2007

Una vez que se obtiene la Capitanía General de Venezuela, los defensores de España reaccionan violentamente y tras conseguir un importante apoyo popular, acaban con el movimiento revolucionario. A partir de un mapa compuesto por narraciones que confluyen simultáneamente, los hechos que se reúnen en este libro cuentan desde el presente las acciones de las figuras más resaltantes de la independencia y la reacción realista, configurando un rompecabezas donde las anécdotas se funden con las grandes acciones y lo accesorio se convierte, a ratos, en el motivo principal de los capítulos que le suceden.

Según Catalá, editor responsable de la obra, en Los años… se encuentra la juventud e inexperiencia de los grandes protagonistas de la historia: “En la época de la guerra a muerte, Bolívar tiene 30 años, Boves, 31, Ribas, es un viejo de 38 años. No hay prácticamente figuras maduras en las filas de la revolución o de los realistas. La lucha a muerte forja a esos jóvenes y saca a relucir descomunales desperfectos y virtudes, como en ninguna otra parte del continente”.

Mario Szichman, artífice de esta empresa, nació en Buenos Aires en 1945. Durante finales de los sesenta y comienzos de los años setenta trabajó como periodista en el programa Buenos días, dirigido por Carlos Rangel y Sofía Imber. Más tarde fue redactor de la revista Auténtico, asesor de la revista Élite y encargado del suplemento cultural de Últimas Noticias. Desde entonces no ha perdido contacto con el quehacer cultural y periodístico de nuestro país. Entre una lista extensa de obras publicadas se encuentra A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, galardonada con el premio de Literatura de Ediciones del Norte, en 1980. Actualmente este escritor y periodista vive en la ciudad de New York y puede seguirse a través de sus colaboraciones en el diario Tal Cual.

En Los años de guerra a muerte aparece la intención del escritor de generar el encuentro entre los principales protagonistas de la guerra civil y la emancipación del poder español: Simón Bolívar, José Tomás Boves, El Diablo Briceño y José Félix Ribas son sólo algunos de los convidados. Con una detallada narración en la que se encuentran desde las acciones fundamentales hasta las pasiones escondidas de figuras como Andrés Bello y su papel de “cronista” de Caracas, la historia desemboca en el año 1814, “el año más trágico de la independencia venezolana” en el que se suprime, de manera contundente y dolorosa, todo intento de insurrección.


*Publicado en la revista Contrabando, año 2, número 14. Agosto

2008/09/01

Todo terreno: caminar en Caracas

Los caraqueños nos veremos obligados a reformular horarios y trayectos para el trabajo, la recreación y las comidas, instalaremos micros en el carro; aparte de los DVD y demás artilugios, tendremos que organizar los eventos antes de las diez de la mañana y salir a comer dos horas antes de los horarios regulares, digo yo. Si en la tarjeta de invitación de cualquier evento se asoma tímidamente un "7:00 pm", esta simple alusión temporal que denota la cortesía de "no llegue tan tarde pero tampoco tan temprano" a veces es razón suficiente para quedarme en casa, sin tener que enfrentarme a la cola, el calor, el gentío, las paradas inhospitalarias del metro o los ladrones al asecho y al acecho. Cuando me visto con mi mejor disposición y voy, el traslado amerita de una planificación e inversión temporal que raya en el absurdo y que exuda casi siempre resignación o asombro, si el trayecto es breve. Creo que se me venció el espíritu aventurero que permitía experimentar hace long, long time ago vivir en cualquier lugar, por más próximo o foráneo que se encontrara de mi trabajo o de la Universidad. Aunque me ufano de una excelente memoria selectiva, aún poseo recuerdos borrosos de estadías a una hora del centro de Caracas y trabajo simultáneo cerca de Mariches; levantarme a las 5:30 am para subir al primer metro en la estación Zoológico para dar clases en dos colegios, regresar a la UCAB, ir al periódico en Sabana Grande y encima de todo aquello armarme una ruta tránsfuga para ir a conciertos o bailar salsa hasta el amanecer, cuando podía ir al Maní, O´Gran Sol o Rajatabla sin temer por mi vida, por la vida del taxista, por encontrar el carro o no encontrar a nadie; todo eso años ha de navis meum que aunque me llevaba y traía a casa finalmente me dio más sustos que satisfacciones y lo vendí antes de que nuestra relación terminara con mi tranquilidad o con su carrocería.

Caracas no es una ciudad para peatones. Conozco gente que enumera a sus ciudades favoritas de acuerdo a la posibilidad de traslado a pie que pueda realizar; sin contar con aquello de recorrerse grandes distancias de madrugada codo a codo con gentes que sólo quieren pasarla bien, sin el peligro latente a cada paso. Cada viaje al exterior suma a la bitácora suspiros por lo que no encuentro de Maiquetía para acá. Recuerdo cuando Peter (handsome boy!) me mostró sus "piecitos" sucios, indignado y sorprendido de cómo un montón de chicas se atrevían a andar encholadas por una ciudad tan sucia como la nuestra. Y eso que no vio la temporada otoño-invierno en las pasarelas del CSI.

A esta aventura que implica vivir y patear Caracas se suma la de hacerlo con un cochecito (soy toda una experta, pero no está fácil rustiquear por estas calles) y caminar vigilante con un chamo de 8 años a quien le fastidia que le quieran agarrar la mano, que lo traten como a un bebé y a quien resulta una odisea explicarle que existe gente que no es buena en la calle (y en general, en la vida). En fin, a propósito del traslado, los obstáculos y el desandar citadino, reproduzco el texto que formó parte del trabajo "Caracas fuera del carro" en el que participé para la revista Todo en domingo. Que lo disfruten.

No es sino hasta la segunda avenida dirección Norte, siempre hacia arriba, hacia la piscina más alta de Los Palos Grandes (en la que dos veces a la semana mi hijito patalea hasta quedar sin aliento) que caigo en cuenta que abandonamos la textura de las aceras despejadas y recién remozadas que circundan mi edificio y que puede que no resulte dulce ni grato maniobrar con Andrea (mi bebé de dos meses) aferrada al coche y con Sebastián (mi hijo de ocho años) en modo "Naruto", repartiendo patadas y jutsus por todos lados.

Cuando comienza el segundo acto de cargar y descargar el coche y de pedirle a mi hijo que vaya adelante –nunca detrás que no te veo, por favor–, me prometo liberar a mi bebita de la suerte de trono hindú –nada ligero– en que he transformado su transporte, en principio cómodo y liviano. Definitivamente ahora no necesita tanto librito, muñequito, mordedera, móvil y perolitos que danzan acompasados ante cada subir y bajar de aceras.

Creo que comenzaré a jugar a esquivar obstáculos. Quizá, así consiga sobrellevar el hecho de que hacia la segunda avenida y más allá (sin aliento y lengua afuera, aferrada al coche con puños cerrados, lejíiisimoos de parecer una mamá grácil y moderna) algunos carros ocupan las aceras o se vuelven insensibles ante nuestro paso por el rayado. Las camionetas frente a los locales nos obligan a caminar por la vía, mientras yo deseo con toda mi alma maternal de segundo debut que aparezca un policía y les forre toda la carrocería con calcomanías que no puedan despegar más nunca. Sí, que paguen el hecho de tener que lanzarme a la calle a recibir miradas de odio de transeúntes y cornetazos de conductores o soportar, peor aún, que la gente que me "da paso" se atreva, –oh, cuánto horror–, a agarrarle las manitos a mi bebita. ¿Por qué, digo yo, la gente se empeña en agarrarle las manos a los bebés? ¿No saben, acaso, que esas manos van directo y sin escalas a la boca? Hay personas, a nuestro paso, que pasean y sonríen. Cuando pienso en las rutas terroríficas de otras latitudes caraqueñas, suspiro, lo confieso, aliviada.
Imagen: Marcel Cifuentes.