2011/02/25

Cuentos de Camionetica

Cuento de Camionetica 2


Zoológico-Bellas Artes

Hoy he caminado por las calles donde vive mi hermana exiliada. He visto su edificio y hasta me ha llevado de la mano a las tiendas más cercanas. 
Ella y Él, -Ellos- se acostumbran al paseo diario sobre aceras para caminantes, turistas y lugareños. No importa que sea verano, invierno o que haya fiestas en la plaza más famosa de la ciudad; aquel lugar no deja de ser amable ni cómodo. Yo, prefiero callar mis experiencias sobre el tour en calles donde hay demasiados perros y basura, sin dejar de insistirles, claro está,  en que cada vez que  sientan nostalgia, piensen en lo jodidos que estamos en este país. 
Nos encontramos también  al día siguiente (sin planearlo) y los refugiados por la gripe pudimos volver a hablar, esta vez con Webcam por medio. "Venga, que les enseño el piso" anuncian, mientras ya me huelo que a Ella, la venezolana exiliada, se le está difuminando el acento. "Mira lo que hice en el cuarto de los niños", anuncio mientras nos movemos todos con laptop en mano. Andrea les muestra la lengua, les dice que le gusta Bunbury, canta "Los pollitos" y sentencia que las Barbies son fedas. Sebas enseña orgulloso su franela del FC Barcelona, sus instrumentos, sus juegos. La pantalla es un collage de sentimientos, de actualización compulsiva con palabras entrecortadas y anécdotas de  inventario reciente.
Más tarde, (con gripe, igual) traté de recordar los días en que ella era la más pequeña de mis hermanas, a la que le compraba los CD de Nirvana, a la que tenía que llevar al médico o un domingo a la Plaza de los Museos. Entonces encontré a nuestro protosistema de transporte seguro y liviano. Sin amortiguadores, con sillas naranja y vidrios vibrantes. De Zoológico a la City, y viceversa.

Imagen: Autobús línea Autobuses de Antímano. Ruta Zoológico-Parque Central

2011/02/18

Cuentos de Camionetica

Prolegómeno para mis historias 

No, no tengo carro. Tuve, lo viví y lo sufrí. A veces me hace falta, por supuesto. A veces doy gracias al cielo no tenerlo. 
Sí, en mi casa hay uno. Pero no es un carro, es otro miembro de la familia. Podría hacer una novela con los argumentos del flaco acerca de sus negativas ante parqueros y valet parking. Mi estatus con respecto a este  bebé Herbie de la casa es algo así como un dalero en una calle de Chacao. 

Detesto al Metro Actual de Caracas. Viví el metro amable, limpio y de grandes distancias, yo, aquella chiquita-estudiante alojada en el Extremo Lejano Oeste de la ciudad.  Mis últimas experiencias de traslado subterráneo fueron de terror, literalmente. No fui más. Cada vez que escucho a cercanos contarme de los vendedores ambulantes o las paradas sin aire en medio de dos estaciones, sufro horrores. Paso, gracias. 

Durante 2010 me hice de la ruta al trabajo un paseo a pie. Mis caderas lo agradecieron, y hasta me sentí en algún momento un  paladín de la necesaria justicia peatonal. Con el cambio reciente de trabajo vino la necesidad de "saltarse" unas cuadras que desprecian a los transeúntes e implican más que un acto de obstinada recreación, un riesgo vital permanente. Lo siento caderas, pero nuestra seguridad es primero.

Soy una observadora obstinada. Cada mañana veo el Ávila, reviso la galería en que se ha convertido la calle en la que vivo y me subo a una camioneta. 
Es inevitable ver y escuchar, aunque ande armada con el periódico o con un libro, con el iPhone escondido en modo iPod o en duermevela. Ahora, me armo de una agenda que repasa ciertos puntos básicos, que me imagino que se ampliarán en cada uno de mis viajes. 



Cuento de Camionetica 1

Qué linda es Venezuela
Feliz Viaje

Después de varios días en los que traté de acostumbrarme a utilizar transporte público en estado deplorable, por fin he logrado subirme a una camioneta decente. Me he sentado al lado de un señor amable, con el que  he compartido mi periódico. ¿Me prestas el cuerpo de Deportes? me dice bajito, casi con penita. ¡Claaarooo! suelto yo, que hablo duro, que hago demasiadas muecas y siempre abanico las manos como una aeromoza. Perdone si lo asusté. Lo pensé, pero no lo dije.
Al voltear una página, caigo en cuenta que los asientos están recién forrados y que exhiben en letras capitales "Que (sic) linda es Venezuela Feliz Viaje". Antes de desinflarme y despeñarme pensando en nuestras tragedias locales, aquello me dio ánimo durante un nanosegundo. Subo la mirada. La paleta verde grama que sirve de hilo conductor desde los asientos, arma cortinas y el  telón de fondo para el conductor. Una casa, me digo. El piso también está limpio, gracias a Dios. Y ahí está. El detalle que faltaba. Rudy La Scala chilla hasta la estridencia absoluta, multiplicado en miles de decibeles violentos que atacan desde las cornetitas que se reparten por toda la superficie. Pienso que será sólo una canción y luego seguiré acompañada de otras voces inscritas en la banda sonora del amor ochentoso, pero no; es el álbum entero. Ay ñomío.
El trayecto de mi casa al trabajo comprende un par de colas breves, para hacer unos 20 minutos en total. Cuando vamos por la mitad ya he escuchado en demasía a Rudy La Scala y su teclado ochentoso. Cuando estoy a punto de bajarme, aquello emula un viaje al campamento: Miii viiida eres túuuuu (sí, aquella de la novela "Cristal") cantan hasta desgañitarse secretarias, estudiantes y obreros calificados todos nosotros, que vamos apretujados en aquel saco color botella. Por favor en la paradaaaa, grito. Nada, era imposible que me oyera. 
Me quedo 20 metros más adelante, con mi vuelto cantado, y pensando seriamente en incorporar  a Camilo Sesto y a Tintan en mi banda sonora. 

2011/02/03

Play

Las pausas son necesarias, como no. Ante un cambio de dirección, se impone al menos largar una exhalación antes de continuar. Me gusta sentir que los cambios no son necesarios, sino bienvenidos. Vivir enrumbada hacia los cuarenta años me ha cambiado taaaanto (para bien y para mal) que a veces hasta se me olvida que no falta nada para empezar a reírme de forma cómplice cercana -y no aproximada- de los chistes de Maitena. Sí, me encanta Maitena, como igualmente me gusta Vogue, Cosmopolitan y Qué Leer en su versión online (o con los trescientos meses de mora en el kiosco de la esquina). 
Tengo casi cuarenta y me entusiasma y aterroriza. Sobre todo me asusta cuando alguien me pide consejos, yo que he aprendido en más de una ocasión a punta de golpes y porrazos; que no soy ninguna autoridad en asuntos divinos o mundanos, o que me descubro diciendo cosas que nunca apliqué a mí misma ( que descubrí bien tarde, como Julián en Rojo y Negro); o dictaminando como una jueza mayamera en televisión, como si de eso se tratara la cosa, de unos errores estandarizados cuyos finales conoces y que te dan las pistas para reconocer los guiones aún en pleno desarrollo.
Ajá, la sorpresa. Descubrir que hay gente y situaciones que no te shockean es un buen síntoma para mí y mis casi cuarenta. Que más de las veces el escaneo pase del prejuicio al terreno de la aceptación, por ejemplo, es uno de esos gadgets chéveres que le agradezco a la edad, a esa literatura vital que cuenta más allá de las letras y los libros.
Confieso que me fascina  atestiguar las formas absolutamente alucinantes que tiene la vida para desarrollar los argumentos, para resolver las historias, para repartir sin piedad los "merecidos"; para premiar, enseñar, empujar, aplastar o impulsar a los héroes o antagonistas, según sea el caso. Wow, hay historias tan redonditas en la vida real, que las impresas se quedan frías. Hay castigos tan ejemplares que ni en mis fantasías más rebuscadas podían haber funcionado mejor. 
En fin, que tengo casi cuarenta y a algunas de mis amigas les preocupa que ande pregonando que llegué a la edad de tomar Calcibón (sin hacerlo) o que ame con pasión al chocolate y el Merlot. 
Me acerco a los cuarenta y me he vuelto más activa-workaholic que nunca. Si mi flaco lee esto añadirá "Ajá y su actividad favorita es dormir" ¡Por supuesto! Dormir se volvió un placer inusual en mi existencia, un bien absolutamente considerado para la cura de la fatiga, de los bajones, los días lluviosos y de mis resfriados frecuentes. ¿Ven que puedo ser perfectamente un strip de Maitena?
Me acerco peligrosamente a los cuarenta y ni siquiera me siento una señora que deba comprar cremas antiarrugas. ¿De eso se trata la crisis de la edad madura?