2011/03/31

Cuentos de Camionetica

Cuento de Camionetica 5

Yo lo que te tengo es filo

Frente a la aparición de los nuevos vocablos, su posible difusión y frecuencia de uso se enfrenta, entre otras muchas circunstancias, a ese banco lingüístico inconmensurable impreso en el ADN y a esas recias convicciones de lo que pensamos (o decretamos tozudamente) debería ser el habla, o los modales y las formas. Hay palabras de moda, discursos aprendidos y otros que funcionan como etiquetas protocolares, nos gusten o no. 

Mi adorado profesor Edgar del Valle Colmenares me mal acostumbró a fijarme en las palabras y los recursos que poseemos los hablantes para comunicarnos con los demás. Soy una fastidiosa que busca campos polisémicos, y lexías y frases y reiteraciones y frases broche y quién sabe cuántas cosas más en las palabras de la gente. No puedo evitarlo. Es una aceptadísima deformación profesional. Y cuando me preguntan, digo que sí, que somos lo que sale por nuestra boca.

Ayer fue un día particular en mi rutina transportística. No había música de fondo en la camioneta, atribuido creo que a la edad del conductor, un señor moreno, mayor, serio y cuya voz no escuché durante mi permanencia. Con ese clima ideal, aproveché para leer un par de páginas que se me han vuelto crípticas ahora, casi finalizando una tarea de edición. Fueron cinco minutos gloriosos de atención, tomando en cuenta que si deseas borrar el contexto en el que te encuentras -y lo logras- es una victoria de transeúnte caraqueña que no tiene precio. 

Pero todo terminó cuando se atracaron al autobús algunos adolescentes de bachillerato, con sus celulares en modo MUSIC ON compartida  obligatoriamente. Ni modus, ahí me tocó guardar mis papelitos y comenzar a mirar por la ventana. ¿Y qué pasó con el uso de los audífonos? pienso de tanto en tanto, hasta que un par de personajes se suben a la camioneta. 

-"Buenos días, señores pasajeros, que Dios los ilumine y los lleve con bien a su trabajo o a dónde vayan- recita el más bajo del dúo. Lleva un chaleco y camisa doblada en los codos. Se adelanta a la reacción de hastío repetido de los presentes y advierte: -Yo sé que ustedes dirán que estos ya me van a pedir plata para un carajito y tal, pero no, nosotros venimos por otra razón..." Eso es verdad, me digo. En estos días me han pedido en reiteradas y groseras ocasiones dinero para niños y niñas fallecidas en el hospital El Llanito: la misma historia con final predecible donde hay un niño/niña para el/la que se necesita dinero y costear el sepulcro. 

No doy dinero a los indigentes, aunque sean niños (bueno, trato, en realidad no puedo dejar de hacerlo la mayoría de las veces) esta realidad pluridimensional ha costado discusiones y enfrentamientos, por ejemplo, en alguno de los talleres para padres y educadores que he hecho en mi vida. Los niños no pueden resultarme ajenos, pero tampoco es justo estimular este hábito. Aunque tengan a un adulto irresponsable al lado esperando a que le entreguen el dinero, los niños de la calle me arrugan el alma. 

Despabilo. Miro de nuevo al dúo dinámico ¿Será que nos van a robar? Calculo el valor afectivo de las cositas que llevo conmigo. Ouch, siento mariposas en el estómago...

-"Ustedes pensarán que qué chimbo estos jóvenes que andan así pues, en situación de calle, en la mendingancia, pero es que bueno, aquí no le vamos a caer a charlas, nosotros lo que tenemos es filo, y por eso es que solicitamos lo que ustedes nos quieran dar, una moneda, un cesta ticket arrugado, un ticket del metro..."

Qué descaro. Me descubro pensando como doña, y no me da pena. Muy al contrario;  no quiero evitar sentir rechazo hacia el par de peluchitos. Me imagino que hasta tendrán hijos que estarán a la "buena de Dios" (o a la muy mala). Escucho los comentarios de los adolescentes. Algunos se burlan, otros se preguntan qué es "filo". No puedo evitar sonreír. "Hambre" le respondo al que está más cerca. Y ellos comienzan a reír con ganas.

 -"Mi compañero aquí presente pasará por sus puestos a recoger lo que ustedes quieran darnos de corazón". De corazón, que lo único que me provocaba era decirle cuatro cosas al par de manganzones que sin disimular su aliento trasnochado, ni sus gestos involuntarios, quieren que le paguemos el vicio, como sentenció sabiamente una señora a mi lado. Hay reticencia, pocos se atreven a tenderle la mano con dinero.

-Acabamos de salir de la cárcel por homicidio- remata amenazante el bajito del chaleco desteñido. Quizás se molestó por la falta de empatía con el público al que pensaba embaucar. Prefiere el susto final, la advertencia de tráiler próximo al estreno: "Nos vemos, que pasen buenos días".

Ni de vaina, ojalá no te vea más nunca.Con filo, o sin filo. Amén. 

4 comentarios:

Carolina González Arias dijo...

Me dio un sustico.

Dakmar Hernández dijo...

Carolina,
Espero siempre con expectativa tus comentarios!
Un abrazo y bienvenida siempre!

Vane G. dijo...

Definitivamente, mi favorito.
Me voy. Tengo filo.

Dakmar Hernández dijo...

Gracias, Vane.
Un honor, viniendo de ti!
Bienvenida siempre,
Besazos