2011/05/11

Cuentos de Camionetica

Cuento de Camionetica 6


Copiloto survivor en el tunning por puesto

Trabajo, planifico y pienso en mil vainas mientras camino. Anita me dice que eso es un lujo, que el estar atento a lo que se mueve alrededor como si formáramos parte de un video juego plagado de peligros marca el ritmo peatonal caraqueño. En mis trayectos también siento que hay peligros latentes, es inevitable, claro, pero también desde hace un par de meses repaso las tareas que debo acometer, me recuerdo a regañadientes que no me siento cómoda en mi nueva situación laboral y trato de enfocar mis pensamientos hacia ese cambio que vendrá, más temprano que tarde. No le temo al cambio y he aprendido a respetar -sin concesiones-mis necesidades básicas, no negociables e irreductibles en el terreno ocupacional: respeto, cordialidad y flexibilidad.
Aunque decepcionada de Calamaro por su esnobismo político, por el maltrato vía twitter a seguidores, (y peleada conmigo por verlo más de las veces que se merecía) no puedo dejar de cantarme aquello de "No sé que quiero... pero sé lo que no quiero". Hoy mis 13 segundos del Ávila lucen borrosos y cubiertos por una niebla pegajosa que promete sensaciones fluviales que no rozarán mi piel ni refrescarán las calles y mucho menos aliviarán la presión de la temperatura caraqueña.  
Perdí la posibilidad de atinar a subirme a una camioneta que no luciera deplorable por andar metida en mis pensamientos. El tiempo apremiaba y mi preocupación por el horario no hizo más que ratificarme que estoy en el lugar equivocado. Subo a la camioneta y recuerdo que en mi TL leí a una persona que reclamaba el porqué no criticamos las fallas del transporte público como aprendimos a denunciar -finalmente- las fallas estructurales del Metro de Caracas. Es cierto. Nuestro transporte superficial es un asco.
No hay más puesto que el que ofrece el minúsculo asiento que separa el vidrio cargado de anuncios de destino de la puerta de salida-entrada del transporte. No puedo ver nada,  y descubro que los anuncios son láminas de acrílico con recortes de papel; pero al menos me consuela que aquello no está sucio, lleno de residuos de Gaceta Hípica o de periódicos matutinos gratuitos que recitan mentiras gobierneras. 
Gracias. El sol aparece cenital y breve, débilmente brilla   y la camioneta está limpia.

El conductor es joven. Parece el cantante de Deftones. Estudia de forma rápida su carpeta de CD y coloca el mix de cortina de los próximos 15 minutos. Ruego al endeble rayo de sol que no sea Carina o Rudy La Scala. Sorpresa. Es numetal. No puedo evitar reírme de mi impresión inicial, pero hay más: es numetal cristiano, algo que no había escuchado nunca. Y lo peor es que no entiendo lo que dicen las letras, aunque mi copiloto se encarga de corearlo todo. 

Está nublado. La tercera canción numetal ya no lo es tanto, y suena a versión primeriza de Maná. No puedo sacar mis audífonos del iPhone y alejarme de todo a punta de Caifanes, mi más reciente flashback sonoro. Mi teléfono puede costarme la vida, y no atiendo lllamadas cuando mi iPhone está al aire libre. Cuando me bajo de la camioneta me quedo con la sensación de que más allá de cambiar de trabajo, debería mutar a un lugar donde no importe cuánto gane, sino cuánto pueda vivir.