2012/01/11

Cuentos de Camionetica

Cuento de Camionetica 10


Escrúpulos de asfalto

Sí. La foto está al revés. 
Café. Cámara. Acción.
En la camionetica suena Fernandito Villalona. Solo falta un cuento de Junot Díaz para un momento perfecto.

Cierro los ojos. El sol, en los días tempranos de diciembre, carece de brillo. Durante las jornadas de fiesta lloverá y se armarán festines inverosímiles sobre aceras infestadas de heces perrunas y orine de gatos made in Los Palos Grandes. Habrá accidentes, tragedias y luto gracias a la falta de mantenimiento de las vías. Mientras tanto, la agenda local festiva se cumplirá impasible, atendiendo a los propósitos personales y electorales. 
En Arábica  hay zancudos dignos de remakes de películas vampirescas fútiles. Cuando un autor, un amigo querido -librero, generalmente- o un entusiasta promotor cultural me cita allí, sé que debo armarme con las botas-altas- colombianas, jeans de invierno, las chaquetas pesadas y con todos los atuendos que reservo tradicionalmente para viajar. No obstante, sé que la vestimenta fuera de lugar me escudará de esos,  los zancudos vampirescos que acechan bajo las mesas de metal dispuestas para el café tardío. 
Hoy, el cielo luce azul. Mientras tomo mi café, recuerdo cuando te invité a venir conmigo a trabajar en aquella pulpería de tercera. Nos reímos, sin dientes, ni orgullo. No importó nada. Te conté de la miopía de la gerencia, de aquella necesidad patológica de aprobación personal que debíamos sortear y también del peligro que asomaba tu temprana propensión a nombrarlo todo a partir de ti, como si fueses el ombligo del universo. Te referí, con horror, de como no había interlocutores en aquella máquina horrible digna de lugar común de Burton, dentada, siniestra y sin lectores. Te reíste, pero prometiste que la amistad nos salvaría de los favores, del quince y último, del llevarse por delante a los amigos que nos acompañan en la comparsa a punta de trompetas de Kusturica rumbo al desolladero, porque los amigos, los amigos son primero. Me lo prometiste, y te creí, como quien cree en esos amigos, en Santa y en los raspados de colita. 
Ahora, el café de Arábica sabe a redención, a peso muerto que quedó en el camino. Te extraño, pero no te sufro. Te quiero, como quien quiere a una lejana conocida hipster que finalmente cumplió su deseo de ir a vivir a Barcelona ¿Ella? Ella se fue a escribir en revistas que interpretan fenómenos a partir de círculos amistosos con una edición modernísima en círculos concéntricos...

Cierro los ojos. No sé picar el ojo. Me río. Puedo contar en mi biografía que nunca aprendí a hacerlo y que no me hizo falta.