2012/06/15

Cuentos de Camionetica

Cuento de Camionetica 11




Te lo compro

Con el tiempo, he aprendido a aceptar los cambios. Algunos me toman totalmente desprevenida y otros no hacen más que elegir una forma y desembocarse, a pesar de mis intentos porque las cosas no terminen precipitadas sobre la mesa. Casi siempre los anuncios del universo y provenientes del más allá metafísico se convierten en hechos reales y las sensaciones, pálpitos y premoniciones son correctas. Umjú.
En fin, la palabra "paciencia" apareció durante el primer semestre como étymon ineludible. Yo, siempre acelerada, soy la persona más impaciente que conozco. Al  precipitar las acciones, más de una vez me he ido de boca por el precipicio. No escucho consejos. Soy tan terca, que he anunciado más de una vez que "podré con esa persona imposible con la que nadie quiere trabajar" y termino involucrada en una novela de Telemundo en la que el epílogo reza "I Told ya". Soy así, como podría cantar con su débil hilo de voz Calamaro.
Hace un mes me tocó la cola-atasco más jevi de mi vida. La avenida Baralt nunca se me había tornado más funesta que aquella media mañana aderezada con las risas de FullChola y colores fundidos bajo el sol más inclemente anclado en el centro de la ciudad. Sin poder aislarme en mi iPod-iPhone-iVida, sin poder leer, sin nada más que rendirse ante la inercia que supone estar atascada. 
En esos momentos siempre vuelvo a preguntarme y a responderme porqué no tengo -nuevamente- carro; porque no planifico mejor mis citas, porque no le pido la cola a mi esposo para resolver los trámites domésticos o porque no habrá un bendito corredor natural en el que puedas ir caminando por toda la ciudad.
Cuando mi odio hacia la ciudad alcanza casi el clímax, sube un chico (veinteañero) pulcro, perfumado y con un pequeño bolso ladeado. Ojo, no tengo buenas referencias de chicos con bolsos ladeados, si a los escapes de robos por puesto me refiero. No obstante, y muy a pesar de mis miedos, el chico no avanza a cazar un asiento, más bien se enmarca entre el cortinaje que no deja ver al conductor y comienza a recitar un brief sobre bolígrafos.
Una presentación impecable. No puedo dejar de pensar en una de mis ex jefas, clasista hasta el tuétano, que hablaba mal de todo el mundo, (todo el tiempo) especialmente de todo aquel que pensara, opinara o sintiera distinto de ella o de sus prácticas de mercadeo. La imagino vomitando, exaltada, hablando de sus glorias pasadas.
Completamente fascinada, traté de buscar algún término mal enunciado en la expo camionetica, alguna caída en el discurso o tan siquiera una palabra mal empleada en el contexto. Nada. Todo encajó.Desde el preludio hasta el cierre.
Cuando ya estaba casi convencida de que aquel era un extraordinario caso de publicidad orgánica, el chico en cuestión recitó el speech de la marca y sacó una chupeta con datos de facebook y twitter. Acto seguido, sin solicitar que le compraran nada, prodigó buenas tardes, recibió aplausos y desapareció por la puerta de la camioneta.
Te la compro, mi publicista guerrillero favorito. Clap, clap, clap.