María
La escondió hasta el final. Mejor jugar a que no-pasaba-nada antes de verse escrutada, gritada, regañada y escupida por la madre y los siete hermanos. Aún soñaba, entrando presurosa y semi asfixiada a la sala de parto, que el final sí podría ser como aquel capítulo de María se desbordan las pasiones y aparecería el papá arrepentido, cargado de plata, promesas y pañales.
Pero no. Afuera, sin decir palabra, esperaba la abuela con cara de acostumbrada resignación, murmurando imposibles con qué rellenar las arepas. Alegría ciega revestida con certeza infinita de trayecto en solitario. Bien sabía que esto sólo era el inicio, y que el carajito se convertiría en el noveno eslabón de aquella cadena subsidiada por vanas esperanzas de horario estelar. En el capítulo de hoy, María continúa su búsqueda zigzagueante para suplantar la ausencia. Ahora, se volvió loca y regaló al carajito. Lo que no sabe –todavía– es que pronto quedará ciega y la doña que se llevó al bebé es su suegra.
Estefanía
No lo sabe. Imagina que soportó todo gracias a la inmadurez, quizás, insiste, no sabe. Trabajar y vivir con el carajito bajo el brazo, soportar vacunas, fiebres intermitentes, cólicos y esconderse del mundo y los teléfonos de cuando en cuando. El eco se hace lejano. Cuando llega la mañana, una sonrisa con voz le dibuja el rostro, le pide panquecas con huevito, no mamá, no quiero jugo de naranja, no me gusta. Ahora, se mira en el espejo y sonríe.
Ángel
Ángel no lo quería. Se lo advirtió, se lo contó a todos a sus amigos y tuvo que confesárselo a Ella número dos. Sobre todo era urgente calmar a Ella número dos, quien esperaba impaciente que pudiera deshacerse de aquella Loca número uno –bastardo incluido– y volviera a sus brazos, a las rumbas en El Maní, a tantearse, reconocerse y seducirse en la oscuridad, hundirse y regodearse agarrados de la mano en aquel paraíso alcaloide donde no penetra la luz del sol.
Estaba desesperado. La loca se le hacía insoportable, más aún cuando empezaba a pedirle que le hablara al ancla con esposas que le crecía en el vientre. Leyó un día en la prensa las estadísticas sobre la paternidad vernácula. Allí estaba la excusa que buscaba. Recortó los indicadores, memorizó las causas, escribió en el aire porcentajes, armó la maleta y se marchó. Ahora, en cada cita de
Anamarí
Ya es hora de ir al parque, él está aprendiendo a batear. Mucho tiempo después, ensoñando panorámicas, respirando a Segovia desde una de las torres del castillo, pensará que los caballeros sí existen. Ahora, corre presurosa para no perder el tiempo, la felicidad no tiene garantía.
El señor
No, no es mamá ni papá. Él es un pingüino que se escapó de la película. Una vez al año celebramos una fiesta para el único y sorprendente pingüino humano.
* sólito, ta.
(Del lat. solĭtus, part. pas. de solēre, soler, acostumbrar).
1. adj. Acostumbrado; que se suele hacer ordinariamente.
Dakmar Hernández ®
2 comentarios:
Vaya. Por el título me esperaba algo más... de tu vida. Aunque quién sabe ;p
La historia de María parece tener ganas de una continuación, aunque probablemente sea mejor que no la haya. Ya tuvo suficientes desgracias la pobre mujer con esos dos párrafos.
Y la de El señor me gustaría entenderla. Aunque supongo que Sebastián te habrá llevado a ver Happy Feet y como mínimo el trailer de una nueva que va a salir. Fue el único sentido que le vi :p
Por fin encontré un post en el que pudiese dejar un comment xD
Besos.
Hola linda
Gracias por pasar por acá y por tus comentarios.
Se te quiere mucho mucho.
Publicar un comentario