2008/01/19

Apuntes para un aspirante a lexicógrafo


Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.

Albert Einstein (1879-1955)

Saludito de rigor

De la escuela de Letras de la UCAB tengo recuerdos significativos; como el aprender y aprehender con Ítalo a amar la literatura hispanoamericana y el periodismo cultural; sufrir y gozar con los exámenes a punta de diapositivas en Historia del Arte, ensoñar con los místicos de la mano de Basilio Tejedor y llorar al Quijote en la voz de Ernestina Salcedo. A Miriam Valdivieso le debo la obsesión con México, a Francisco Javier Pérez la fascinación por la literatura decimonónica y a Mariela Mata mi evasión de antaño frente al análisis pormenorizado del lenguaje, etimologías y cualquier trasunto de tipo lingüístico.

Por una extraña y afortunada sucesión de hechos coincidentes ese temor se fue diluyendo, y el lenguaje se volvió amable y las palabras, seductoras: enlazadas como cerezas en una fuente plena como la que ofrece un sonriente Álex Grijelmo.

Formar parte del Programa de Estudios Avanzados en Lexicografía resultó, en sí misma, una historia lineal sin subtramas o conspiraciones del destino. Gracias a una compañera de trabajo me enteré de la existencia del postgrado y un día, después de admitidos los papeles y realizados los trámites de rigor, me encontré frente a frente con un señor de mirada firme, boca líneal ligeramente curvada hacia arriba en gesto de kuroi y frases breves, como sentencias, como aquélla que sin variaciones en su emisión de voz me soltó sin contemplaciones “ésta no es labor para diletantes”.

De aquella minúscula oficina del piso 1 salí sintiéndome, por supuesto, no sólo diletante, sino con una puntada de miedo justo en la boca del estómago que aún no cesa.

El único consuelo, parafraseando a Disraeli, (1766-1848) parte del reconocimiento de las debilidades: “ser conciente de la propia ignorancia es un gran paso hacia el saber”.

Mi amigo el diccionario

En su discurso de incorporación como individuo de número a la Academia de la Lengua, Edgar Colmenares del Valle afirma que “hay diccionarios que forman parte de la familia”. Pareciera común la defensa casi patrimonial del diccionario, así como la creencia un poco romántica de que mientras más antigua y certificada resulta la edición, más autoridad encierran sus páginas. De allí que varios estudiosos coincidan en que no es casual que Larousse, DRAE, Sopena y las Enciclopedias Salvat reciban trato familiar y respetuoso en nuestros hogares.

Para el lector común, un diccionario es un producto editorial con características específicas de lenguaje y distribución de la información que puede reconocer desde que abre sus páginas: palabras distribuidas en orden alfabético, información en columnas, términos guías en la foliatura, dibujos, láminas, una fuente tipográfica característica. Para realizar la búsqueda, el usuario sólo debe conocer la ortografía de la palabra. Conviene, entonces, que el diccionario comunique una información veraz, que, siguiendo la idea de Ortega y Gasset, delimite los predios de la verdad; que sea fuente de un mensaje que no se desvirtúe con observaciones, ideologías o con informaciones que en nada atienden al lector y que, como hemos dicho, desvirtúan la misión del texto de consulta: resolver una duda.

El 25 de noviembre de 2006, el profesor Colmenares nos invitó a elaborar un artículo lexicográfico (una definición) que diera cuenta del lema refresco. Confieso que retumbaron en mi cabeza frases que le adjudicaba al “lenguaje del diccionario”, como “dícese” o “voz que se usa”… Ahora, después de unos cuántos meses, me alivia el no haber cometido ese disparate, al menos:

Refresco: Bebida gaseosa compuesta por agua carbonatada y colorante que se usa para quitar la sed y en algunos casos como artículo de limpieza o desinfectante.

En este punto, sólo después de provocar algunas sonrisas, confundir el objeto con la función, no tomar en cuenta el hiperónimo, incluir rasgos enciclopédicos y no distinguir las acepciones, comprendí la vital importancia y pertinencia de cada uno de los detalles ortotipográficos y de rigurosidad metodológica que contiene el diccionario y cuya inexistencia denotan, a simple vista, la ausencia de un lexicógrafo.

No obstante, la definición elaborada como ejercicio lúdico muestra una parte mínima del problema: frente a la industria editorial y la falta de rigurosidad científica también hay que sumar la tendencia normativa, prescriptiva o tradicional de asumir el registro y elaboración de los diccionarios.

Apostamos entonces al estudio del lenguaje pero también a sus variaciones, a incluir en la definición los rasgos pertinentes, estableciendo como punto de partida una metodología rigurosa y la coexistencia de las variaciones y el uso, los rasgos sémicos y constitutivos, además de otras informaciones relacionadas con la geografía lingüística de las que se pueden obtener datos valiosos.

Para Julio Fernández Sevilla, la definición debe constituir un modelo general y abstracto, donde no se aspira a descubrir la verdad, puesto que la definición no se orienta a descubrir la verdad, sino a aprehender la visión que la comunidad ha configurado de la realidad a través de la lengua.

Lexicógrafo (a) venezolano (a)

Dice Colmenares del Valle que hay que sentir la vida con dedicación, honrar la vida para que sea un instrumento adecuado para el trabajo, por muy utópico o quijotesco que nos parezca el propósito del mismo. Así mismo, existen repetidas referencias a lo largo del curso que nos remiten al ansia de perfección de la que habla Henríquez Ureña, como única norma que guía nuestro trabajo.

Actualmente vivimos un momento particularmente importante en cuanto a asuntos del lenguaje se refiere. No sólo han cambiado los referentes a nivel de nomenclatura, sino que han surgido nuevas realidades que necesitan nombrarse y definirse. En ningún momento había cobrado tal significación la necesidad de atender a la naturaleza semiótica del signo, a la necesidad de definir y contextualizar fenómenos que se nombran o necesitan ser nombrados.

Frente a este vacío pareciera que el lexicógrafo es una especie de garante de la memoria que más allá de atesorar, pretende enlazar las voces con los usos, la tradición con los avances y ordenar este caos para que resulte en armónica coexistencia siempre dispuesta a pernearse, a mutar y enriquecerse.

Como parte de su riguroso estudio del lenguaje, deberá atender a los equívocos, a las variaciones, al uso y a las intenciones de analizar científicamente sistemas revestidos de intenciones ideológicas o expresiones que responden a modismos o a discursos prefabricados, cargados de mensajes y metamensajes. Frente a la cantidad de malentendidos que pueden aparecer como verdaderos detonantes y equívocos históricos, cabe imaginar cómo podían haberse evitado algunos de estos episodios si se hubiese contado con un buen diccionario a la mano. Luego, un lexicógrafo venezolano bien puede deleitarse con estos entuertos lingüísticos, que bien serían la delicia y el numen para interesantísimas veladas narrativas o como material para una novela historiográfica, como bien lo han documentado especialistas como Barrera Linares, Francisco Javier Pérez o Fedosy Santaella, entre otros.

Aún queda mucho por hacerse. El interés de la Academia de reconocer algunos usos antes de seguir manteniendo la tradición, es el impulso que permite atender bajo nuevos enfoques el estudio de nuestro léxico y sus posibilidades de realización. Desde la situación comunicativa más simple, hasta la estructura más compleja, el volcar la mirada hacia nuestro entorno implica un nuevo camino por recorrer y validar. Aunque falte tiempo para reconocer en el español panhispánico la existencia de sistemas tan válidos como el que caracteriza al español peninsular, aunado al hecho de que desde algunos espacios las Academias insistan en colocarnos bajo la lupa de la minusvalía, debe darse un primer y necesario paso, como lo es el reconocimiento de las singularidades y las especificidades de nuestro sistema dialectal, con sus rasgos fonéticos, usos, realizaciones y sus particulares regímenes de construcción.

Significantes sin significados o viceversa

Nadie va a convencerme de asignar bajo denominaciones extemporáneas o afectadas lo que mi memoria guarda y certifica bajo denominaciones inequívocas que dan cuenta de su existencia y sus rasgos. No tienen otro nombre los cepillaos que comimos algún domingo en la plaza Bolívar, mezcla risueña de hielo y jarabe depositados en vasos de plástico acanalados coronados con dosis generosas de leche condensada. No, no puedo engañarme refiriendo que pedíamos “Señor, ¿sería tan amable de darme un cepillado?”

No. La pérdida de la consonante oclusiva sonora dental [d] en posición intervocálica caracteriza a la variante /cepillao/, nos distingue como hablantes y denota un uso particular, aunque en este caso signado por la pérdida de su referente. Ahora pienso que si en algún momento hubiese pedido un “cepillado” hubiese despertado miradas de curiosidad y hasta algún comentario irónico sobre aquel exceso de afectación en la pronunciación. ¿Cómo llamar a un cepillao de colita sin restarle mérito a su sabor? Pues cepillao de colita, sin duda.

Además de registrar y estudiar rigurosamente al léxico, el lexicógrafo habrá, ineludiblemente, de erigirse en guardián del cambio y la evolución linguística. Un lexicógrafo podrá asumir objetivamente el cambio de significación y los sucesivos procesos de vigencia y resemantización que sufre cada vocablo con el tiempo. En nuestro caso, esto es una tarea urgente, dada la dinámica política, ideológica y semiótica que atraviesa nuestro país.

Hasta el infinito podrían enumerarse otras tareas del lexicógrafo: a partir de sus estudios contribuir a la noción de la identidad, trabajar bajo una metodología sistemática, científica, alejada de la subjetividad o bajo el servicio de alguna ideología. Contribuirá a la comprensión de fenómenos sociales y culturales, podrá trazar estudios diacrónicos y sincrónicos de una realidad vista a partir de la lengua: en el lexicógrafo y su participación interdisciplinaria se encuentran los proyectos que revolucionarán el estudio sistemático de las lenguas, de nuevos sistemas de consulta, de usabilidad y generación de contenidos, bien como la Estación de trabajo lexicográfico (ETL) o la más reciente Wikilengua en español, por citar sólo dos ejemplos.

Un lexicógrafo, en esencia, es quien puede dar fe no sólo del bagaje, sino que mira, atiende y registra, sin prejuicios, el paso dinámico y vertiginoso de la lengua que anda en continuo movimiento, que dinámicamente crece, se vuelve ágil, entra en desuso o se modifica de acuerdo a lo que suceda en ese tiempo y ese espacio. La recomendación más cercana y al mismo tiempo urgente para asumir el trabajo lexicográfico resulta la máxima “un lexicógrafo debe saber de todo”. Como sabemos que esta frase encierra una utopía, dotaremos de nuestra práctica lexicografía de la metodología y la rigurosidad de la ciencia, de la objetividad del científico, de la curiosidad de un niño de seis años, del oído presto y, sin olvidarlo nunca, del ansia de la perfección como única norma.

De aquí en adelante

A pesar de los defectos que aún encontramos en los diccionarios más acreditados y conocidos que resultan del trabajo riguroso de un nutrido grupo interdisciplinario en el que se cuentan reconocidos lexicógrafos, aún falta mucho por hacer en el campo de la elaboración y publicación de estos textos, objeto y praxis del quehacer lexicográfico.

Sin embargo, resulta desolador el hecho comprobado de que algunas editoriales especializadas o no en diccionarios, prefieran invertir grandes cantidades de dinero y tiempo en reeditar o fabricar productos editoriales de aficionados o especialistas en áreas del conocimiento; antes bien que podrían reunir en un grupo de trabajo editorial a lexicógrafos y otros especialistas en el manejo del discurso, la lengua y la información.

Aún falta tiempo para que como lectores y usuarios comencemos a demandar productos editoriales donde además de la calidad editorial también podamos contar con excelencia lexicográfica. Y aunque suene paradójico, ésta es la mayor fortaleza de la lexicografía actual: en el avance de los estudios del lenguaje y la apertura a nuevos procedimientos para su clasificación, está la posibilidad de romper con enfoques tradicionales y atender científicamente al estudio de la lengua; en la posibilidad de trabajar en la recolección de información y el diseño de herramientas para la consulta se generan nuevos y mejores diccionarios.

El diccionario, producto editorial revestido de autoridad propia de un trabajo científico, conserva el respeto y la autoridad de garante de la lengua y su competencia. Frente a lo que puede describirse como un boom editorial de producción de los más diversos y especializados diccionarios, la apuesta consiste en generar un boom lexicográfico, que dé cuenta de la necesidad de los usuarios del lenguaje y en nuestro caso del español, así como de las posibilidades de realización que bien definen, dinámica y cambiante, a nosotros, los hispanohablantes, latinoamericanos, suramericanos; hablantes del español venezolano, hablantes de usos venezolanos.

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