2020/10/09

Todos los caminos conducen a Iggy Pop


Ya perdí la cuenta de cuántas veces he provocado miradas de asombro (o incertidumbre) cuando en medio de una discusión acerca del mejor Batman, aprovecho para defender a Christian Bale como uno de los más entrañables exponentes del glam que he visto en el cine. 

La invitación de Velvet Goldmine no podía ser más seductora: "The secret to becoming a star is knowing how to behave like one"; una frase inspirada en el mánager de Bowie (Tony Defries)  y que promocionó al fabuloso filme dirigido por Todd Haynes, en 1998. Desde el título, homónimo del B-Side que formó parte del álbum The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, este Bowiesque Glam Rock Show nació sin la participación de su protagonista devenido más tarde en referente, pues el mismísimo David Bowie planeaba hacer su propia versión galáctica de la época en que fue Ziggy Stardust. No obstante, el proyecto siguió adelante con la participación ejecutiva de Michael Stipe (R.E.M) y un elenco de lujo: Christian Bale, Ewan McGregor, Placebo, Jonathan Rhys-Meyers, Eddie Izard y la enorme Toni Collette, entre otros. 

La puesta en escena de Velvet Goldmine es impecable. A pesar de su moderada taquilla, el vestuario se hizo con un premio de la Academia y la banda sonora es de las mejores que alguien pudiera esperar de un filme donde la música es esencial. Brian Eno, Placebo, Thom Yorke y Jonny Greenwood de Radiohead, se encargaron de las versiones de Lou Reed, Roxy Music, New York Dolls, T-Rex, Iggy Pop and The Stooges, entre otros. 

Christian Bale es Arthur Stuart, un chico que debe atravesar su adolescencia escondiéndose de sus padres, a pesar de encontrar verdaderos espacios de disfrute, recreación y liberación en un Londres setentoso, febril ante el glitter y obsecado en guardar las apariencias.  Arthur es el hilo conductor de esta historia. Es él quien se acerca a Brian Slade -Bowie, Jobriath- el rockero pelirrojo oriundo de Marte; se fascina ante Jack Fairy -Little Richard- cuando se pasea elegantemente con su medallón heredado del mismísimo Oscar Wilde o sonríe con la luminosidad recién llegada de una mañana en la que pudo retener la espalda del rockero más deseado e inasible de toda la escena del punk rock, Curt Wilde; la versión más sexy que alguien pudiera imaginarse de Iggy Pop, -Mick Jagger, Lou Reed, Mick Ronson- y que encarna con absoluta maestría, Ewan McGregor. 

Llámame Jim

Iggy Pop y Tom Waits se encuentran para tomarse un café en un local sin lujo ni encantos en
Somewhere in California, uno de los encuentros que forman parte del filme Coffee and Cigarettes, de Jim Jarmusch (2003).  La conversación es incómoda, un rasgo presente en el resto de las citas, donde participan Cate Blanchett, Bill Murray, Steve Buscemi, Steve Coogan, Alfred Molina, Wu Tan Clang, Jack y Meg White, entre otros. 

Tom llega tarde al encuentro, pues ha tenido que lidiar con varias situaciones de emergencia en el camino: un parto incontenible y una traqueotomía improvisada con un bolígrafo, lo que le lleva a reflexionar acerca de la relación de la música y la medicina. "La música y la medicina se complementan, son como dos planetas girando alrededor del mismo sol", confiesa ante un desconcertado Iggy, que solo había atinado a aclararle a Tom que por esta ocasión, preferiría que lo llamaran Jim. Haciendo caso omiso de esta solicitud, Tom luce cada vez más arisco y reactivo frente a los sutiles intentos del compañero por llevar adelante la conversación. 

Toman café, acceden a fumarse un cigarrillo, aprovechando que alguien dejó una cajetilla en la mesa. Iggy confiesa que después de 25 años, los excesos han quedado atrás. Tom continúa errático y cambiante. Cansado, su compañero decide marcharse. 

"¿Vienes mucho por aquí? En la rockola no están tus canciones", asomaba Jim al principio de la conversación. Ahora que se ha ido, Waits enciende otro cigarrillo, de los que ha contado ya varias veces que dejó definitivamente, y de forma sigilosa se desliza sobre el repertorio de la máquina, hasta que con un gesto triunfante, se acomoda de nuevo a la mesa y exclama: "¡Tampoco están las suyas!"

The Idiot

Resulta absolutamente descorazonador el quiebre emocional que anuncia el Ian Curtis (Sam Reily) dirigido por Anton Corbjin en Control (2007). Como todo preludio de despedida para el héroe romántico, los versos que recita el personaje no hacen otra cosa que anunciar el desenlace fatal. Curtis luce cansado, enfermo y es incapaz de resolver su vida personal. Tiene tan solo 23 años y su vida es un túnel sin salida. 


Así que esto es la permanencia,

el orgullo deshecho del amor.

Lo que una vez fue inocencia...

Ahora da la espalda.

Una nube sube para mí,

marca cada movimiento

en la profundidad del recuerdo

de lo que una vez fue amor. 


Se resuelve la historia que iniciaba con una pregunta acerca de la "existencia" siete años antes del suicidio de Curtis, en 1980. No hay palabras de aliento que puedan revertir lo que Ian sentía en ese momento, ni su familia, ni el éxito de Joy Division; ni siquiera las fantásticas y edificantes historias que le contaba Tony Wilson, ese magnífico mánager y visionario de la música que formó parte de los productores ejecutivos de Control y que retrata de manera inolvidable Michael Winterbottom en su película de 2003: 24 Hours Party People. Steven Coogan se encarga aquí de interpretar a Tony, quien a su vez, se ocupa personalmente de realizar un magnífico crossover cerca del final de la historia. Gracias a Wilson, Joy Division y New Order lograron grabar sus álbumes y formar parte de la escena de Manchester en los años 70 y 80, respectivamente.

Curtis escribe dos cartas. Una, cargada de amor, es para su amante, Annik. La otra, plena en arrepentimiento, es para Deborah, esposa y madre de su única hija, Nathalie. Luego, se va a su habitación y escucha The Idiot, el álbum debut como solista de Iggy Pop que fue producido por Bowie, (otro de los guiños deliciosos que pueden rastrearse de la vida de estos dos personajes en Velvet Goldmine, por cierto).  Es el vinilo de Iggy lo que suena de fondo cuando Deborah halla el cuerpo de Ian. "No quería que esto creciera tanto", confesaba el atribulado cantante antes de sufrir un ataque y decidir colgarse. 

En 24 Hours Party People podemos invadir la intimidad del velorio de Curtis, incluso verlo de cerca, todo esto de la mano de Tony. En Control, es el dolor de los integrantes de la banda y los gritos de Deborah los que dan cuenta de la partida. El final de Corbjin es mucho más poético y fotográfico, por supuesto. Más allá de los créditos finales de ambas historias, y a pesar del dolor que aquello evocaba para Deborah (pues resumía la infidelidad de su esposo y el fin de la relación), puede leerse en la lápida de Ian Curtis:  Love Will Tear Us Apart


Dakmar Hernández. 2020.

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