2008/01/30

Taller Madame Bovary



Reproduzco acá la nota publicada por Eva Paris en uno de mis destinos favoritos: Papel en blanco. Me resta el invitarles a disfrutar la interesante travesía que significa poder seguir de cerca el proceso de creación y edición de un genial y atormentado Flaubert sobre una de sus obras más complejas (y conocidas): Madame Bovary.
Que lo disfruten.

Comenta Eva:

L’Atelier Bovary o Taller Bovary es un espacio en el que podemos acceder al texto de la novela de Gustave Flaubert de muy distintas maneras. En 2003 se llevó a cabo una digitalización de alta definición de los manuscritos de Madame Bovary, conservados en la Biblioteca municipal de Ruán. Así se inició el proceso de transcripción de todo el corpus textual, al que ahora podemos acceder desde esta página.

Tenemos tanto el texto definitivo de Madame Bovary como los guiones y borradores previos, pudiendo seleccionar un pasaje en concreto y acceder al borrador correspondiente. También podemos buscar palabras, fijarlas en su contexto, consultar el índice de los nombres propios (personajes, lugares, referencias culturales)...

Las diversas voces narrativas y el léxico dialectal (de Normandía) también se pueden rastrear capítulo a capítulo, así como seguir y situar en mapas geográficos los lugares evocados en la novela. También es posible conocer la evolución de las transcripciones digitales, a los responsables de las mismas… En fin, toda Madame Bovary al alcance de un click, eso sí, para los que dominen el francés.

Sitio Oficial | Zoulous.com


2008/01/25

Trazos y trozos de historia


Desde pequeña me encanta dibujar, tengo un estilo autodidacta particularísimo que me encanta y siempre he estado armada de creyones y acuarela. En la UCAB le hacía caricaturas a mis amigas y amigos, montaba carteleras para mis alumnos y hasta le hice el diseño para el tatuaje a mi mejor amiga en todo el mundo mundial y sus alrededores. Hace algunos años, cuando esperaba a Sebas, comencé a armar una bitácora ilustrada del embarazo. Ahora, cuando mi hijito mira su librito, le dan risa algunos dibujos, me pregunta por los rostros sonrientes que ocupan algunas de las imágenes y no puede creer que ese camaroncito de nueve semanas que ocupa la página 3 sea él mismo en persona.

Cada vez que Sebastián me captura dibujando me pide que le haga a algún personaje o anuncia que él pondrá color a lo que yo esté haciendo, sin importar lo que esté haciendo. Tengo siete (casi ocho) años (des)aprendiendo a dibujar muñequitos, comiquitas y cualquier otra cosa que se le pueda ocurrir al solicitante en cuestión; cuando estaba pequeñito me soltaba con toda naturalidad: "Toma mamá, dibújame a Purohueso y a Mojo Jojo que están en un parque con las chicas superpoderosas jugando con Bob el constructor..." Ahora, las solicitudes son otras: "cómo hago el brazo, dibújale las rayitas de la máscara a Spiderman, que yo hago lo demás". Eso, por supuesto, sin contar las tareas y los dibujos al final de cada actividad: "mamá dibújame un campo de fútbol donde la gente grite goool y yo soy de Italia y ganamos". No sé si efectivamente respondo a las líneas, las dimensiones o a la perspectiva; para mi hijo yo dibujo fenomenal y eso basta.

Andrea, coming soon

Ahora que terminaron las clases, entregados los trabajos, la tesis y finalizadas las sesiones en nuestro magnánimo Salon Rojo, se vislumbra un nuevo ciclo de actividades, incluida, claro está, la llegada y estadía de Andrea. Aunque inicié la bitácora de la chica en cuestión, cuando me regalaron el Diario para niñas su minuciosidad con mínimo esfuerzo me cautivaron por completo y ahí he pasado raticos pegando, recortando y dibujando: que Andrea pueda tocar y ver con sus propios ojos su microhistoria y me haga preguntas como el Sebas, es una oportunidad imperdible para echar cuentos y recordar en colectivo. No obstante, con la complicidad del hermano mayor hemos estado armando trazos para el Diario, la bitácora y otros detalles, como la tarjeta de navidad que enviamos a cercanos y querid@s en diciembre pasado y otras cosillas por ahí.

Sebas, contra cualquier pronóstico, más allá de sentirse celoso o ansioso se posesionó de su papel de hermano mayor, selecciona juguetes, opina acerca de cada uno de los regalos, me da consejos, habla sobre situaciones teñidas de futuro y cómo piensa resolverlas para el bienestar de su hermanita. A mí, en cambio, cero angustia por el remake de cólicos o vacunas, me parte de la risa cuando veo comerciales de barbies o ponys, pienso en la catarata de ropa rosada y en sacarle los gases a las muñecas: llevo mucho tiempo tratando de descifrar a Dragonball Z, viendo hasta el cansancio Piratas del Caribe y Spiderman 3 y participando como colaboradora entusiasta en una colección de Star Wars donde aún no figura Leia.
Aún no me convence la idea de que volveré a cantar a Barney. Mientras tanto, sigo dibujando.



2008/01/19

Apuntes para un aspirante a lexicógrafo


Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.

Albert Einstein (1879-1955)

Saludito de rigor

De la escuela de Letras de la UCAB tengo recuerdos significativos; como el aprender y aprehender con Ítalo a amar la literatura hispanoamericana y el periodismo cultural; sufrir y gozar con los exámenes a punta de diapositivas en Historia del Arte, ensoñar con los místicos de la mano de Basilio Tejedor y llorar al Quijote en la voz de Ernestina Salcedo. A Miriam Valdivieso le debo la obsesión con México, a Francisco Javier Pérez la fascinación por la literatura decimonónica y a Mariela Mata mi evasión de antaño frente al análisis pormenorizado del lenguaje, etimologías y cualquier trasunto de tipo lingüístico.

Por una extraña y afortunada sucesión de hechos coincidentes ese temor se fue diluyendo, y el lenguaje se volvió amable y las palabras, seductoras: enlazadas como cerezas en una fuente plena como la que ofrece un sonriente Álex Grijelmo.

Formar parte del Programa de Estudios Avanzados en Lexicografía resultó, en sí misma, una historia lineal sin subtramas o conspiraciones del destino. Gracias a una compañera de trabajo me enteré de la existencia del postgrado y un día, después de admitidos los papeles y realizados los trámites de rigor, me encontré frente a frente con un señor de mirada firme, boca líneal ligeramente curvada hacia arriba en gesto de kuroi y frases breves, como sentencias, como aquélla que sin variaciones en su emisión de voz me soltó sin contemplaciones “ésta no es labor para diletantes”.

De aquella minúscula oficina del piso 1 salí sintiéndome, por supuesto, no sólo diletante, sino con una puntada de miedo justo en la boca del estómago que aún no cesa.

El único consuelo, parafraseando a Disraeli, (1766-1848) parte del reconocimiento de las debilidades: “ser conciente de la propia ignorancia es un gran paso hacia el saber”.

Mi amigo el diccionario

En su discurso de incorporación como individuo de número a la Academia de la Lengua, Edgar Colmenares del Valle afirma que “hay diccionarios que forman parte de la familia”. Pareciera común la defensa casi patrimonial del diccionario, así como la creencia un poco romántica de que mientras más antigua y certificada resulta la edición, más autoridad encierran sus páginas. De allí que varios estudiosos coincidan en que no es casual que Larousse, DRAE, Sopena y las Enciclopedias Salvat reciban trato familiar y respetuoso en nuestros hogares.

Para el lector común, un diccionario es un producto editorial con características específicas de lenguaje y distribución de la información que puede reconocer desde que abre sus páginas: palabras distribuidas en orden alfabético, información en columnas, términos guías en la foliatura, dibujos, láminas, una fuente tipográfica característica. Para realizar la búsqueda, el usuario sólo debe conocer la ortografía de la palabra. Conviene, entonces, que el diccionario comunique una información veraz, que, siguiendo la idea de Ortega y Gasset, delimite los predios de la verdad; que sea fuente de un mensaje que no se desvirtúe con observaciones, ideologías o con informaciones que en nada atienden al lector y que, como hemos dicho, desvirtúan la misión del texto de consulta: resolver una duda.

El 25 de noviembre de 2006, el profesor Colmenares nos invitó a elaborar un artículo lexicográfico (una definición) que diera cuenta del lema refresco. Confieso que retumbaron en mi cabeza frases que le adjudicaba al “lenguaje del diccionario”, como “dícese” o “voz que se usa”… Ahora, después de unos cuántos meses, me alivia el no haber cometido ese disparate, al menos:

Refresco: Bebida gaseosa compuesta por agua carbonatada y colorante que se usa para quitar la sed y en algunos casos como artículo de limpieza o desinfectante.

En este punto, sólo después de provocar algunas sonrisas, confundir el objeto con la función, no tomar en cuenta el hiperónimo, incluir rasgos enciclopédicos y no distinguir las acepciones, comprendí la vital importancia y pertinencia de cada uno de los detalles ortotipográficos y de rigurosidad metodológica que contiene el diccionario y cuya inexistencia denotan, a simple vista, la ausencia de un lexicógrafo.

No obstante, la definición elaborada como ejercicio lúdico muestra una parte mínima del problema: frente a la industria editorial y la falta de rigurosidad científica también hay que sumar la tendencia normativa, prescriptiva o tradicional de asumir el registro y elaboración de los diccionarios.

Apostamos entonces al estudio del lenguaje pero también a sus variaciones, a incluir en la definición los rasgos pertinentes, estableciendo como punto de partida una metodología rigurosa y la coexistencia de las variaciones y el uso, los rasgos sémicos y constitutivos, además de otras informaciones relacionadas con la geografía lingüística de las que se pueden obtener datos valiosos.

Para Julio Fernández Sevilla, la definición debe constituir un modelo general y abstracto, donde no se aspira a descubrir la verdad, puesto que la definición no se orienta a descubrir la verdad, sino a aprehender la visión que la comunidad ha configurado de la realidad a través de la lengua.

Lexicógrafo (a) venezolano (a)

Dice Colmenares del Valle que hay que sentir la vida con dedicación, honrar la vida para que sea un instrumento adecuado para el trabajo, por muy utópico o quijotesco que nos parezca el propósito del mismo. Así mismo, existen repetidas referencias a lo largo del curso que nos remiten al ansia de perfección de la que habla Henríquez Ureña, como única norma que guía nuestro trabajo.

Actualmente vivimos un momento particularmente importante en cuanto a asuntos del lenguaje se refiere. No sólo han cambiado los referentes a nivel de nomenclatura, sino que han surgido nuevas realidades que necesitan nombrarse y definirse. En ningún momento había cobrado tal significación la necesidad de atender a la naturaleza semiótica del signo, a la necesidad de definir y contextualizar fenómenos que se nombran o necesitan ser nombrados.

Frente a este vacío pareciera que el lexicógrafo es una especie de garante de la memoria que más allá de atesorar, pretende enlazar las voces con los usos, la tradición con los avances y ordenar este caos para que resulte en armónica coexistencia siempre dispuesta a pernearse, a mutar y enriquecerse.

Como parte de su riguroso estudio del lenguaje, deberá atender a los equívocos, a las variaciones, al uso y a las intenciones de analizar científicamente sistemas revestidos de intenciones ideológicas o expresiones que responden a modismos o a discursos prefabricados, cargados de mensajes y metamensajes. Frente a la cantidad de malentendidos que pueden aparecer como verdaderos detonantes y equívocos históricos, cabe imaginar cómo podían haberse evitado algunos de estos episodios si se hubiese contado con un buen diccionario a la mano. Luego, un lexicógrafo venezolano bien puede deleitarse con estos entuertos lingüísticos, que bien serían la delicia y el numen para interesantísimas veladas narrativas o como material para una novela historiográfica, como bien lo han documentado especialistas como Barrera Linares, Francisco Javier Pérez o Fedosy Santaella, entre otros.

Aún queda mucho por hacerse. El interés de la Academia de reconocer algunos usos antes de seguir manteniendo la tradición, es el impulso que permite atender bajo nuevos enfoques el estudio de nuestro léxico y sus posibilidades de realización. Desde la situación comunicativa más simple, hasta la estructura más compleja, el volcar la mirada hacia nuestro entorno implica un nuevo camino por recorrer y validar. Aunque falte tiempo para reconocer en el español panhispánico la existencia de sistemas tan válidos como el que caracteriza al español peninsular, aunado al hecho de que desde algunos espacios las Academias insistan en colocarnos bajo la lupa de la minusvalía, debe darse un primer y necesario paso, como lo es el reconocimiento de las singularidades y las especificidades de nuestro sistema dialectal, con sus rasgos fonéticos, usos, realizaciones y sus particulares regímenes de construcción.

Significantes sin significados o viceversa

Nadie va a convencerme de asignar bajo denominaciones extemporáneas o afectadas lo que mi memoria guarda y certifica bajo denominaciones inequívocas que dan cuenta de su existencia y sus rasgos. No tienen otro nombre los cepillaos que comimos algún domingo en la plaza Bolívar, mezcla risueña de hielo y jarabe depositados en vasos de plástico acanalados coronados con dosis generosas de leche condensada. No, no puedo engañarme refiriendo que pedíamos “Señor, ¿sería tan amable de darme un cepillado?”

No. La pérdida de la consonante oclusiva sonora dental [d] en posición intervocálica caracteriza a la variante /cepillao/, nos distingue como hablantes y denota un uso particular, aunque en este caso signado por la pérdida de su referente. Ahora pienso que si en algún momento hubiese pedido un “cepillado” hubiese despertado miradas de curiosidad y hasta algún comentario irónico sobre aquel exceso de afectación en la pronunciación. ¿Cómo llamar a un cepillao de colita sin restarle mérito a su sabor? Pues cepillao de colita, sin duda.

Además de registrar y estudiar rigurosamente al léxico, el lexicógrafo habrá, ineludiblemente, de erigirse en guardián del cambio y la evolución linguística. Un lexicógrafo podrá asumir objetivamente el cambio de significación y los sucesivos procesos de vigencia y resemantización que sufre cada vocablo con el tiempo. En nuestro caso, esto es una tarea urgente, dada la dinámica política, ideológica y semiótica que atraviesa nuestro país.

Hasta el infinito podrían enumerarse otras tareas del lexicógrafo: a partir de sus estudios contribuir a la noción de la identidad, trabajar bajo una metodología sistemática, científica, alejada de la subjetividad o bajo el servicio de alguna ideología. Contribuirá a la comprensión de fenómenos sociales y culturales, podrá trazar estudios diacrónicos y sincrónicos de una realidad vista a partir de la lengua: en el lexicógrafo y su participación interdisciplinaria se encuentran los proyectos que revolucionarán el estudio sistemático de las lenguas, de nuevos sistemas de consulta, de usabilidad y generación de contenidos, bien como la Estación de trabajo lexicográfico (ETL) o la más reciente Wikilengua en español, por citar sólo dos ejemplos.

Un lexicógrafo, en esencia, es quien puede dar fe no sólo del bagaje, sino que mira, atiende y registra, sin prejuicios, el paso dinámico y vertiginoso de la lengua que anda en continuo movimiento, que dinámicamente crece, se vuelve ágil, entra en desuso o se modifica de acuerdo a lo que suceda en ese tiempo y ese espacio. La recomendación más cercana y al mismo tiempo urgente para asumir el trabajo lexicográfico resulta la máxima “un lexicógrafo debe saber de todo”. Como sabemos que esta frase encierra una utopía, dotaremos de nuestra práctica lexicografía de la metodología y la rigurosidad de la ciencia, de la objetividad del científico, de la curiosidad de un niño de seis años, del oído presto y, sin olvidarlo nunca, del ansia de la perfección como única norma.

De aquí en adelante

A pesar de los defectos que aún encontramos en los diccionarios más acreditados y conocidos que resultan del trabajo riguroso de un nutrido grupo interdisciplinario en el que se cuentan reconocidos lexicógrafos, aún falta mucho por hacer en el campo de la elaboración y publicación de estos textos, objeto y praxis del quehacer lexicográfico.

Sin embargo, resulta desolador el hecho comprobado de que algunas editoriales especializadas o no en diccionarios, prefieran invertir grandes cantidades de dinero y tiempo en reeditar o fabricar productos editoriales de aficionados o especialistas en áreas del conocimiento; antes bien que podrían reunir en un grupo de trabajo editorial a lexicógrafos y otros especialistas en el manejo del discurso, la lengua y la información.

Aún falta tiempo para que como lectores y usuarios comencemos a demandar productos editoriales donde además de la calidad editorial también podamos contar con excelencia lexicográfica. Y aunque suene paradójico, ésta es la mayor fortaleza de la lexicografía actual: en el avance de los estudios del lenguaje y la apertura a nuevos procedimientos para su clasificación, está la posibilidad de romper con enfoques tradicionales y atender científicamente al estudio de la lengua; en la posibilidad de trabajar en la recolección de información y el diseño de herramientas para la consulta se generan nuevos y mejores diccionarios.

El diccionario, producto editorial revestido de autoridad propia de un trabajo científico, conserva el respeto y la autoridad de garante de la lengua y su competencia. Frente a lo que puede describirse como un boom editorial de producción de los más diversos y especializados diccionarios, la apuesta consiste en generar un boom lexicográfico, que dé cuenta de la necesidad de los usuarios del lenguaje y en nuestro caso del español, así como de las posibilidades de realización que bien definen, dinámica y cambiante, a nosotros, los hispanohablantes, latinoamericanos, suramericanos; hablantes del español venezolano, hablantes de usos venezolanos.

2008/01/12

Rapsodas en el barrio

Producto de los talleres de Arte Joven realizados en la Fundación Tomillo, el patrocinio de la Fundación Coca-Cola y la colaboración de la Sociedad General de Autores y la Fundación Empresa y Sociedad, el pasado mes de diciembre se realizó la presentación del CD Rapsodas en el barrio, un proyecto en el que quince chicos y chicas trabajaron sendas composiciones a ritmo y sentimiento de hip hop basándose en los textos de poetas clásicos como Góngora, Zorrilla, Arcipreste de Hita, Quevedo, Sor Juana Inés de la Cruz, Espronceda, Carolina Coronado, Shakespeare, Castillejo, Lope de Vega, Tasis y Calderón de la Barca, entre otros.

En Papel en blanco: Eva París: Rapsodas en el barrio, versionando poemas a ritmo de hip-hop



2008/01/11

Wikilengua en español

Ayer se presentó en Casa de las Américas la wikilengua del español, un site interactivo y participativo sobre la lengua española, diversidad, gramática, ortografía y estilo -ojalá no descuellen los mismos desatinos e incongruencias que la wikipedia- que cuenta con el empuje de la Fundéu BBVA y la participación de la RAE.

Me enteré por el flaco, que vio la nota en el telediario de la tve. Admito que me atrapó la sección referida al léxico, así que este fin de semana dedicaré algún tiempito a navegar y conocerla mejor.

Para más info, las notas de Reuters

El País: Nace la Wikilengua para resolver dudas sobre el uso del español

Clarín: Nace la Wikilengua, un sitio para despejar dudas sobre el uso del español

ABC: Wikilengua: una para todos...

El mundo:
Nace la Wikilengua para compartir los conocimientos del español en Internet

2008/01/09

La palabra: problema particular


Escribe, sí, pero de lo que yo hago y sólo como lo hago yo

El Diccionario de Autoridades (1726-1739) estableció fijar el idioma e impedir la “descomposición” de la Lengua. En su criterio normativo y prescriptivo, se evidenció el purismo desde el que se concebía el registro y la norma. Según Lázaro Carreter, el casticismo como norte del estudio del léxico pretende (aún) resucitar el pasado lingüístico nacional: “El purismo no es otra cosa que la faceta negativa de esta actitud destinada a rechazar la intromisión de vocablos nuevos, procedentes de otras lenguas o de creación personal”.

Este carácter normativo se erigió como metodología de trabajo y elaboración de los repertorios lexicográficos y vocabularios. El diccionario, antes que cualquier otro producto de carácter editorial, es una praxis que trasciende su función de libro objeto para convertirse en un objeto con valor social, un “objeto sociocultural” como lo definió Dubois.

Desde la Academia, y luego con el DRAE, el diccionario más conocido y erigido como reflejo fehaciente de la norma, se popularizó la creencia de que las palabras existen y se ajustan al uso debido si están contenidas en sus páginas. Si por el contrario, no existe, que es el término que se emplea comúnmente para señalar a un vocablo que no está documentado o cuya acepción no responde al criterio que se esperaba, entonces pareciera que es mejor enmudecer antes de pretender de nuevo el uso de esa palabra que no está aceptada.

¿Aceptada por quién? “Limpia, fixa y da esplendor”. Explicar la máxima que acompaña a la Academia sería tautológico. Para Dubois, la función de un diccionario es definir la norma lingüística: “el diccionario autoriza palabras, construcciones y sentidos, integrándolos en el `uso´ de la comunidad”. Fuerza de ley, acto de fe. Finalmente se comprueba lo que en ocasiones hemos llamado, parafraseando a Casares, el “didactismo” del diccionario: por un lado, enseña, más allá de socializar un significado, o como afirma Calvo, resuelve no sólo dudas semánticas, sino ortográficas, aunque en el lector deba existir una prefiguración de la escritura de la palabra antes de otear sus páginas. Por otro lado, el diccionario regula: el diccionario se convierte en garante y guardián del uso, so pena de creer entonces que las ausencias y las fallas son de la Lengua, más que del libro consultado o reverenciado.

Para Rey-Débobe, el diccionario no sólo enseña las informaciones que transmite directamente sobre los signos y las cosas, también hace uso de otros medios que aparecen más o menos escondidos en sus páginas. “Por ello, la fuerza social que pueden alcanzar las obras lexicográficas lingüísticas o no, como en el caso de la Enciclopedia francesa”.

En la lexicografía contemporánea no sólo se enriquece el pasado, si no que también se comprueba y se elimina lo inservible, afirma Casares. “En este sentido, nuestra Academia ha sido, en su proceder, modélica, por más que existan en sus diccionarios laguna o fallos, fácilmente explicables”. Lo de fácilmente, lo subrayo y objeto. Ya dedicaré espacio para este tema más adelante.


Sobre la definición de definir y lo definido

Para Lázaro Carreter el diccionario da cabida a todas las palabras y a todas sus clases. El contenido de cada entrada, afirma, “tiene carácter sémico, no es una cosa: los elementos inventariados tienen el carácter de elementos de la lengua”. La definición supone el análisis sémico. En el sentido amplio de la concepción de una definición, lo ideal es incluir informaciones de tipo morfológico, etimológico, pronunciación, niveles de la Lengua, elementos diatópicos (mas no diastráticos) y toda la información posible que pueda atender al usuario del diccionario y que facilite su consulta.

Fernández Sevilla opina que para exista una definición adecuada no podrán faltar los rasgos sémicos constitutivos, los opositores y los diferenciadores, además de sus posibilidades combinatorias. “La definición, -continúa- es un predicado de la voz de la entrada en el que están presentes esas condiciones, y suele tomar la forma de una fase endocéntrica equivalente en el plano gramatical del término que figura en la entrada”. Resulta necesario entonces incluir en la definición ciertas informaciones enciclopédicas, locativas y temporales frecuentemente, buscando no desasistir al usuario en su búsqueda.


En realidad, el usuario del diccionario, en raras ocasiones, es un especialista; luego, los diccionarios no se generan a partir de la existencia de lectores especializados. Sin embargo, el lector común la mayoría de las veces ni siquiera ha reparado en la guía del usuario o en las abreviaturas. El usuario que acude a resolver una duda, pareciera, en algunos casos, una víctima a la que contribuye su propio desconocimiento de la herramienta. Si frente al DRAE existe una vastísima cultura de reverencia, resulta lamentable imaginar el panorama en el que ubicaríamos a consumidores de productos plenos de repertorio lexicográfico que responden a criterios editoriales o amores furtivos de diletantes, más que a labor de especialistas.


La destreza científica del lexicógrafo

Así como los usuarios comunes de los diccionarios meten en un mismo saco y confunden nominalmente al léxico con vocabulario, gramática con lingüística y semántica; convierten a una fuente de consulta en ente rector de las convenciones y los usos. Para Bosque, el desconocer la utilidad del diccionario es sesgar el enriquecimiento y perfeccionamiento de la expresión idiomática, que no es si no “el soporte y medio de su facultad de raciocinio, que le permitirá, entre otras cosas, el desarrollo de su propia libertad”.

He ahí una de las tareas del lexicógrafo. Proporcionar medios e insumos para generar materiales didácticos, más allá de la norma y las restricciones, mientras evita la prescripción como génesis de su investigación. Predicar contra la falsa creencia de que las palabras mueren o que la lengua se degenera. No está fácil. La pregunta es la misma: ¿desconocer al DRAE? No, no lo creo. Conocer y elegir, respetar el uso ante la convención en algunas ocasiones.

Tampoco se trata de un esfuerzo mimético por revivir el lenguaje, so pena de sufrir la tragedia de Funes, el memorioso funesto que de manera magistral retrató Borges en uno de sus relatos. Existe una metodología cuyo origen se debe a la Academia y que ha permitido desarrollar una línea coherente de investigación y tratamiento del léxico, además de la elaboración de artículos lexicográficos. Si algo advierte el cartel de entrada es que la lexicografía no es labor para diletantes.

La ampliación de las líneas de investigación referida a los usos regionales y particulares vislumbra el camino para quienes trabajan con y sobre el léxico; para ello resulta indispensable incentivar el trabajo de manera coherente con criterios estadísticos y fundamentados, mientras atendemos a la norma, en la mayoría de los casos, sólo para referencia.


2008/01/04

Un coctel sin acento, por favor*



Cuando se plantea la necesidad de que la política lingüística y la política educativa elaboren fundamentos de convergencia sistemática para afrontar el desafío de una formación lingüística sin limitaciones ni censuras, se está sosteniendo aquí la convicción de que pueden darse propuestas que no involucren la estigmatización del habla materna no estándar y la marginación de sus hablantes, que por el contrario sea capaz de romper el circuito de transmisión de prejuicios ideológicos socialmente desautorizantes.


Roberto García y María Teresa Genisans**



Día normal

Para quien ejerce el trabajo de corrección y edición, cada texto susceptible a modificación (ortográfica, tipográfica, ortotipográfica o de estilo) implica el poner en tela de juicio todos los conocimientos adquiridos, y, al mismo tiempo, echar mano de todo lo aprendido, visto, saboreado, escuchado y vivido para lidiar con el campo inasible de lo metalingüístico. Como quien recibe en herencia un mito enriquecido por la tradición oral, creemos o confiamos en que el mejor aliado para esta tarea es, sin duda, el diccionario. Uno bueno, por cierto.

Los que lidiamos día a día con el lenguaje, (¿quién no?) sabemos que hasta en el mejor de los casos el diccionario no “responde” o el “concepto” se ajusta a un ideal de significado que en vez de salvarnos, enreda o abandona. Interesante. ¿Qué buscamos en el diccionario? ¿El registro (uso) o la norma (cómo debe usarse)? Sea lo que haya motivado nuestra búsqueda y parafraseando al doctor Colmenares del Valle, acudimos al diccionario para resolver una duda. Así de simple.

¿Dudar?, quizás

Hace unos añitos tuve la suerte de formar parte de un equipo de investigadores, antropólogos y editores en torno al desarrollo de una base documental concerniente a patrimonio. Para cuando nos integramos a este ambicioso proyecto, aún se discutía sobre usabilidad, interfaces, recopilación, diseño y manejo efectivo de la información.

Tarea nada sencilla nos tocó a los editores, al enfrentarnos con la necesidad de generar una plantilla para elaboración de fichas a partir de un modelo propuesto por los técnicos. No fue fácil concebir un modelo de redacción, pero entusiasmados acudimos a un proceso de “cambiar el caucho con el carro rodando”. Con aciertos y desaciertos, claro, instrumentamos pautas orgánicas frente al vacío de precedentes, fórmulas arquitectónicas o en el peor de los casos, de la inexistencia de una metodología adecuada a este propósito.

En realidad, ahí no estaba planteada ni de anteojito la peor de las dificultades. El encontrarnos con términos diatópicos y diastráticos como casabe, cazabe, sapoara, zapoara, hallaca, hayaca, jojoto, manjar y bienmesabe, dulce de leche o dulce e´leche, entre muchos otros, evidenció, por una parte, la ausencia de un corpus que dé cuenta de nuestro ámbito lingüístico. Por otro lado, nos hizo comprobar la inconsistencia o inexistencia de estudios pormenorizados sobre nuestros usos, acepciones y voces venezolanas o americanas.


Cóctel o coctel


En las reuniones del equipo de producción editorial pueden superarse escollos semánticos y ortográficos gracias a las interminables discusiones sobre palabritas. En mi caso, me volví un poco obsesiva (lo confieso) con el uso normativo de /cóctel/ y la tendencia de colocarle el acento grave en vez de la entonación aguda, distinción acorde con nuestra competencia (habla). Llevé mi /cóctel/ bajo el brazo como caso a considerar y una de mis compañeras, una editoraza, me hizo ver la luz al final del túnel.

Si revisamos los artículos lexicográficos de ambos lemas en diccionarios normativos como el DRAE o el DPD, no hay duda del uso: ambos admiten en forma indistinta las dos grafías. Sin embargo, aún me enfrento con la resistencia de muchos en aceptar el “uso” de la forma /coctel/ en textos que me corresponde editar, y que van desde una simple invitación a una fiesta hasta el brindis post bautizo de un libro. Socialmente tenemos miedo a “romper” la norma, ajustándonos a la camisa de fuerza que implica lo que creemos prácticas correctas del lenguaje: aunque no hablemos de esa manera preferimos, en último caso, pasar por afectados y disfrutar del brindis sin tanta quejadera.

“Un cóctel es una fiesta durante la tarde, por eso derivamos la lexía compuesta `traje de cóctel´”, me comentó una compañera. “Uhm…” dije. “¿Toman cócteles o cocteles?...” fin de la discusión.

Luego, si existe la acepción "aprobada" de la palabra y el diccionario no registra las posibilidades "comprobadas" de uso, quedamos inermes frente a la duda. En mi caso, opto por no ser purista strictu sensu, y no rechazo de plano las posibilidades de innovaciones o usos “marginales”. Con lo que implican los tiempos de producción editorial, trato de atender a cada uno de los casitos con el mayor de los cuidados, buscando una síntesis que satisfaga ese cuidado por preservar,—ojo, no prescribir— usos, sin creer que atender a nuestras particularidades como hablantes significa atentar sin remedio contra la lengua o peor aún, contra las buenas costumbres.


* Reeditado y publicado para la entera satisfacción de mis lectores.

* *En: El cerco del prejuicio en Lingüística y Educación