2020/11/08

La risa de Manoa suena a piedritas de río

 

Manoa ríe y es un palo de lluvia que se balancea entre el silencio.

Manoa ríe, se aparta el cabello de la cara y su risa suena como un montón de cascabelitos aplaudiéndole sus ocurrencias. Manoa nos deja con la boca abierta pues no ha perdido detalle de lo que hemos dicho y nos regaña o nos aconseja. 

Manoa es pequeña y delgadita. Cierra los ojos cuando la abrazas y te dice que te quiere. 

Manoa está cansada y no quiere subir tantas escaleras... ¿Por qué no vives en otro lado?, refunfuña.

Manoa ama a Bolan desde que lo conoció, porque él es un perrito que adora a los niños, y ¿cómo no iba a querer a Manoa? Cuando voy a buscarlo, se ríe de que el perro ya no quiera nada conmigo. Nos confiesa que el Chihuahua se hizo pipí en la cama de Cleo y Alejandro.  Se ríe otra vez y suenan los cascabelitos tilín tilín tilín, mientras remata que limpiaron todo rapidito para que nadie se diera cuenta. 

Manoa tiene sueño; tiene que ir a la escuela, no quiere desayunar y está molesta conmigo porque sabe que estoy allí tan temprano solo para llevarme a Bolan. Me pregunta cuándo me voy otra vez de viaje y baja la mirada hacia el plato cuando respondo que no lo sé. 

Manoa siempre tiene el cabello hecho un desastre. Tomás completa todas sus frases repitiendo lo último que dice. Cleopatra pone orden en el contrapunteo, acaba con las dudas y les recuerda que son niños, que vayan a jugar. 

 No. Manoa no es una niña y definitivamente no es de este mundo. 

Manoa nos recuerda que ya es tarde y no hemos picado la torta; tampoco hemos cantado el cumpleaños feliz. Somos Cleo, ella y yo. Me felicitan y me besan. Es nuestro último abrazo, Manoa, y no lo sabemos. En nuestro desandar diario, los grandes damos todo por sentado; el amor, las personas, el trabajo, el dinero. Nadie en su sano juicio quiere imaginar un mundo en el que no estés.

Manoa tiene unos ojitos hermosos y profundos, enmarcados con unas cejas preciosas y una pollina terca que aparta de la frente, con gesto automático. Manoa opina, comenta, concluye: es como una anciana sabia que habita el cuerpo de una niña. 


Manoa duerme. No hagan ruido por favor, que tiene el sueño ligero.





2020/10/23

La señora de la Generación Halley y La Guerra de Mini-t-ks


 
¡Al que me venga a decir lunática, le doy un rodillazo en las bolas!, gritó Ana, con los puños cerrados. No hubo respuesta a su amenaza, pues hablábamos del cielo y las estrellas entre nosotras y no creo que alguno de los "compañeritos" que jugaban o se empujaban en el ruidoso patio nos haya escuchado. Faltaban pocas horas para el paso del Cometa Halley, ese suceso inolvidable para quienes tuvimos la oportunidad de verlo -en 1986- y especialmente para mi madre, pues esa tarde me corté todo el cabello sin su permiso y agarró una de las arrecheras más memorables de su vida.

Yo era de las grandes del colegio, la solista de los actos escolares y la persona menos popular en cuanto a físico se refería. Mi desarrollo fue tardío, usaba unos lentes absurdamente gruesos, "no tenía carne ni para una empanada" y ahora, para colmo de males, me había despojado de manera autodestructiva de mi maravillosa melena colmada de rulos que tornaban en rojo ante el menor contacto con el Sol. Ya no escuchaba a Menudo (me tocaría volver a ellos con mi hermanita menor sobre los hombros) y prefería, entre otras cosas,  el "rock venezolano" que compartía con Alejandra, Maleja, mi mejor amiga. Era insegura, inteligente, lectora voraz y rebelde hasta el desconcierto. Tenía 12 años y era insoportable.


The Trop*, Sandy Lane, Farenheit, Betelgeuse
y New Way eran algunas de las minitecas más famosas en Caracas. Cada una funcionaba como un soundsystem móvil y para quienes no teníamos edad para entrar a las discotecas, aquello era la expresión del cielo en la tierra. A pesar del control férreo de mi mamá, pude ir a un par de matinés en los que había minitecas y cuando cumplí mis 15 años, parte de ese "pase de la adultez" fue poder asistir a una súper fiesta donde conocí a un muchacho guapísimo que hasta me besó

En los años 80, Venezuela contaba con una sólida estructura de difusión de su talento local. Franco de Vita, Rudy La Scala, Yordano, Adrenalina Caribe, Marlene, Melissa, Ricardo Montaner, Pablo Manavello, Frank Quintero, Guillermo Dávila y Karina eran parte de una gran movida pop que atacaba con igual fuerza la radio y la televisión. Justo para sellar el paso del cometa, se estrenó en Venezuela la película Generación Halley, una especie de extenso videoclip o Video Music Art producido por Sono Rodven y que contaba con la participación de nuestra reina de rock endógena, Melissa. Con ella cantamos a Annie Lennox versión caribeña, hablamos de relaciones que se quedaban en moteles que no conocíamos y formamos parte de una especie en extinción. Todavía faltaba un poquito para que saltaran del underground el trío súper poderoso del rock nacional: Zapato 3, Desorden Público y Sentimiento Muerto. Eso, sería otra historia.

Inspirada en una miniteca de nombre Halley Generation, el soundsystem outsider de un grupo de residentes de Parque Central, ese enorme complejo que fue bello y modernísimo alguna vez, se reflejó ese momento tan particular de una parte de la sociedad venezolana absolutamente alejada del Viernes Negro, concentrada en ir a la playa, cantar canciones alrededor de la fogata, enfrentarse a los Punks e ir a conciertos en el Poliedro. El intento de representar la "realidad" no escapó a los clichés del país productor de telenovelas: El embarazo precoz, las drogas, la muerte prematura de una madre, la búsqueda del amor adolescente. En el campo de la fonética, este es un documento invaluable para atisbar a nuestros registros, "aunque nunca lleguen lejos estos pavitos, con ese rock, ese tuqui tuqui y la brincadera".

Con Melissa aprendí a cantar que no era una señora. Amaba sus outfits de lycra y cuero, aunque a veces pareciera la versión tropical de Tarzan Boy. Ella era una flaca que amaba su cabello salvaje en un país de misses y mujeres que todavía se planchan el pelo para ir a La Guaira. Aún me conmueven sus letras, como en Me estoy sintiendo sola. La ventiúnica vez que la vi en persona y pude hablar con ella, por supuesto que no me atreví a tomarle una foto ni pedirle un autógrafo. 

*Nombre con que aparece en la película. The Drop en las calles de Caracas. 

2020/10/18

Una casa con cuadros de niños y payasos que lloran

 


Habíamos conversado muy poco cuando decidimos vernos en persona. Ya había sorteado con poca paciencia un raro cuestionario de nueve preguntas que me envió para "conocerme mejor" y de resto, incluso por encima de aquella rara introducción, me hacía reír todo el tiempo. Hasta ese momento, yo solo confiaba en que la risa era una expresión de la inteligencia; muy a lo Bergson.  Aún hoy en día, cuando pienso en la posibilidad de conocer a alguien para el "resto de mi vida", imagino a un gran y sonriente conversador. Llegará un momento en que ya no habrá más sexo, cambiarán los rituales y las formas de compartir el tiempo... Así que solo quedará comunicarse mucho. No obstante, como afirmó Nietzche, no existe el amor sin el conocimiento del otro, y para llegar a eso, creo que aún faltan bastantes sapos que sean honestos consigo mismos y no solamente se dejen besar. 

Pero él no tenía un tema con la sinceridad o con ser auténtico. Era, para ser exacta, brutalmente honesto. Nuestra primera cita fue perfecta y así pasamos, sorprendidos y emocionados, tres meses donde todo fue, simplemente, de ensueño. Por esos días yo editaba a un conferencista, y veía muchísimo Stand Up y Ted Talks. Sin saberlo, nos armamos un plan donde siempre incluíamos ver juntos algún especial y luego lo comentábamos. Estaba realmente interesado en mi trabajo. Yo no podía pedir más, pues él hacía un poco de todo lo que me gustaba: Escribía, tocaba guitarra, amaba el jazz y me regaló una de las playlists más valiosas que atesoro en mi Spotify

En casa de mi abuela paterna, una mujer elegantísima que había sido maestra y había viajado a varios lugares del mundo después de jubilarse, había dos cuadros que me inquietaban muchísimo. Es curioso que en su casa reposaran suficientes piezas de arte y yo solo pueda recordar estas dos pinturas: Sobre un fondo negro y lúgubre, asomaba la cara de un payaso manchada de blanco y estaba aderezada con torpes trazos de pintura. Sus ojos, grandes y tristes, desprendían grandes lagrimones. En frente, hacía lo propio una niña rubia, con enormes ojos azules color lágrima, como su vestido. El payaso sonreía. 

Había recibido una invitación para ver a unos amigos y conocer el nuevo material que estaban grabando. Me dio mucha emoción pensar que volvería escribir sobre música, viajar y disfrutar de esa atmósfera increíble que vives solo en un estudio de grabación. Para efectos de la producción y la confidencialidad, solo sería un día, pero se ocuparían de mis traslados; no podía estar más feliz. Sin embargo, la reacción de él ante mi noticia fue absolutamente inesperada. Como un niño amenazado, me miró como si le hubiese lanzado un sartén por la cara; rompió en llanto, se acurrucó como un armadillo y fue imposible de consolar. Cuando traté nuevamente de acercarme (confieso que no sabía que hacer), me miró con ojos aterradores y me pidió -me ordenó, más bien- que me fuera inmediatamente. Era un demonio con ojos ahogados en fuego y yo no me iba a quedar a averiguar si aquello que palpitaba más allá de sus córneas era real. 

Los días pasaron, me cansé de escribirle para ver cómo estaba y de su parte no hubo señal alguna. Fui a la sesión de grabación, me olvidé durante un par de días de todo aquello y luego volví a la ciudad. En mi casa, encontré un ramo extravagante de flores y una nota errática en la que, básicamente, me pedía disculpas. Fruncí el ceño. Algo aquí no está bien, pensé. 

Cuando tenía unos 12 años, ya había leído casi todos los libros de la "biblioteca pública" que estaba en la sala de mi casa. En el cuarto de mi mamá estaba la colección completa de libros eróticos de Salvat, "La sonrisa vertical" y otros con temas de "adultos"; pero esos tenía que sacarlos con mucho cuidado, pues mi mamá era obsesiva con el orden y se daba cuenta de todo. Recientemente, había comprado una serie de pequeñas biografías sobre músicos y contaba con su OK para acceder a ellas. En la portada de uno de estos pequeños libros, aparecía una mujer con un cabello increíble, con el brazo forrado de brazaletes y una sonrisa espléndida. La leí de un tirón. Luego fui a la sala y busqué sus discos. Encontré uno y me senté con los oídos bien pegados a la corneta, con los ojos cerrados. No podía creer que aquella mujer de semblante tan alegre hubiese sido en realidad una artista increíble embutida en un traje de profunda tristeza y además, sufriera una muerte tan espantosa. La adopté desde ese momento con sincero afecto y sus increíbles registros todavía me acompañan cuando me siento sola. 

"No hay que confiar en la gente que sonríe todo el tiempo", me dijo, con ojos muy abiertos. "No hay mayor escudo para un alma miserable que el buen humor", insistió. Estaba despeinado, tembloroso, como si tuviera una resaca. Yo bebía lo suficiente en ese tiempo como para reconocer cuando una persona había pasado la noche anterior abrazado a una botella. Estaba tan hundida en mi propio reflejo que me costaba conectar con los demás. Quizás, él ya me había mostrado que en su infinita humanidad había algo con lo que luchaba debajo de la superficie y yo solo tenía frente a mí un escenario con filtros embellecedores, como una película de los años 50. 

Yo era, de hecho, un filtro embellecido que luchaba por negar su propia cicatriz abierta. Sin embargo, podía leer el dolor en sus ojos. Su sonrisa había desaparecido. Parecía un payaso triste, con los órganos desparramados por la cara aderezada con torpes trazos de pintura. Luego de confesarme que sufría de depresión y otras enfermedades mentales, me advirtió que lo mejor era que no volviera jamás a buscarlo. "Pero yo también sufro de depresión", asomé en el gesto más torpe disfrazado de empatía que pudiera haber usado en mi vida. Este era un paciente que había pedido no ser resucitado. Lo tomé de las manos y le dije que yo estaría allí, si me necesitaba. Que aunque no lo creyera, yo sabía lo que se sentía. 

No, no lo sabía. Y sería así por un tiempo. 

Él me enseñó a identificar a la gente que sufre a partir de su sonrisa, por el sonido de su risa o por la manera sonriente como se retratan a sí mismos. Confeccionó una lista irrefutable de grandes humoristas absolutamente dominados bajo el poder del alcohol y me instruyó acerca de la tristeza que esconden los soberbios, los que se ríen de los defectos de los demás, los que se asumen como portadores de la alegría frente a la pantalla o desde el micrófono de la radio. "Esos son los que están más jodidos. Se reconocen entre ellos porque siempre tienen una copa en la mano", me dijo. Y tenía razón.

No pude evitar recordarlo cuando vi Joker. Esa hubiese sido una película digna de su análisis que habría disfrutado muchísimo. 


2020/10/09

Todos los caminos conducen a Iggy Pop


Ya perdí la cuenta de cuántas veces he provocado miradas de asombro (o incertidumbre) cuando en medio de una discusión acerca del mejor Batman, aprovecho para defender a Christian Bale como uno de los más entrañables exponentes del glam que he visto en el cine. 

La invitación de Velvet Goldmine no podía ser más seductora: "The secret to becoming a star is knowing how to behave like one"; una frase inspirada en el mánager de Bowie (Tony Defries)  y que promocionó al fabuloso filme dirigido por Todd Haynes, en 1998. Desde el título, homónimo del B-Side que formó parte del álbum The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, este Bowiesque Glam Rock Show nació sin la participación de su protagonista devenido más tarde en referente, pues el mismísimo David Bowie planeaba hacer su propia versión galáctica de la época en que fue Ziggy Stardust. No obstante, el proyecto siguió adelante con la participación ejecutiva de Michael Stipe (R.E.M) y un elenco de lujo: Christian Bale, Ewan McGregor, Placebo, Jonathan Rhys-Meyers, Eddie Izard y la enorme Toni Collette, entre otros. 

La puesta en escena de Velvet Goldmine es impecable. A pesar de su moderada taquilla, el vestuario se hizo con un premio de la Academia y la banda sonora es de las mejores que alguien pudiera esperar de un filme donde la música es esencial. Brian Eno, Placebo, Thom Yorke y Jonny Greenwood de Radiohead, se encargaron de las versiones de Lou Reed, Roxy Music, New York Dolls, T-Rex, Iggy Pop and The Stooges, entre otros. 

Christian Bale es Arthur Stuart, un chico que debe atravesar su adolescencia escondiéndose de sus padres, a pesar de encontrar verdaderos espacios de disfrute, recreación y liberación en un Londres setentoso, febril ante el glitter y obsecado en guardar las apariencias.  Arthur es el hilo conductor de esta historia. Es él quien se acerca a Brian Slade -Bowie, Jobriath- el rockero pelirrojo oriundo de Marte; se fascina ante Jack Fairy -Little Richard- cuando se pasea elegantemente con su medallón heredado del mismísimo Oscar Wilde o sonríe con la luminosidad recién llegada de una mañana en la que pudo retener la espalda del rockero más deseado e inasible de toda la escena del punk rock, Curt Wilde; la versión más sexy que alguien pudiera imaginarse de Iggy Pop, -Mick Jagger, Lou Reed, Mick Ronson- y que encarna con absoluta maestría, Ewan McGregor. 

Llámame Jim

Iggy Pop y Tom Waits se encuentran para tomarse un café en un local sin lujo ni encantos en
Somewhere in California, uno de los encuentros que forman parte del filme Coffee and Cigarettes, de Jim Jarmusch (2003).  La conversación es incómoda, un rasgo presente en el resto de las citas, donde participan Cate Blanchett, Bill Murray, Steve Buscemi, Steve Coogan, Alfred Molina, Wu Tan Clang, Jack y Meg White, entre otros. 

Tom llega tarde al encuentro, pues ha tenido que lidiar con varias situaciones de emergencia en el camino: un parto incontenible y una traqueotomía improvisada con un bolígrafo, lo que le lleva a reflexionar acerca de la relación de la música y la medicina. "La música y la medicina se complementan, son como dos planetas girando alrededor del mismo sol", confiesa ante un desconcertado Iggy, que solo había atinado a aclararle a Tom que por esta ocasión, preferiría que lo llamaran Jim. Haciendo caso omiso de esta solicitud, Tom luce cada vez más arisco y reactivo frente a los sutiles intentos del compañero por llevar adelante la conversación. 

Toman café, acceden a fumarse un cigarrillo, aprovechando que alguien dejó una cajetilla en la mesa. Iggy confiesa que después de 25 años, los excesos han quedado atrás. Tom continúa errático y cambiante. Cansado, su compañero decide marcharse. 

"¿Vienes mucho por aquí? En la rockola no están tus canciones", asomaba Jim al principio de la conversación. Ahora que se ha ido, Waits enciende otro cigarrillo, de los que ha contado ya varias veces que dejó definitivamente, y de forma sigilosa se desliza sobre el repertorio de la máquina, hasta que con un gesto triunfante, se acomoda de nuevo a la mesa y exclama: "¡Tampoco están las suyas!"

The Idiot

Resulta absolutamente descorazonador el quiebre emocional que anuncia el Ian Curtis (Sam Reily) dirigido por Anton Corbjin en Control (2007). Como todo preludio de despedida para el héroe romántico, los versos que recita el personaje no hacen otra cosa que anunciar el desenlace fatal. Curtis luce cansado, enfermo y es incapaz de resolver su vida personal. Tiene tan solo 23 años y su vida es un túnel sin salida. 


Así que esto es la permanencia,

el orgullo deshecho del amor.

Lo que una vez fue inocencia...

Ahora da la espalda.

Una nube sube para mí,

marca cada movimiento

en la profundidad del recuerdo

de lo que una vez fue amor. 


Se resuelve la historia que iniciaba con una pregunta acerca de la "existencia" siete años antes del suicidio de Curtis, en 1980. No hay palabras de aliento que puedan revertir lo que Ian sentía en ese momento, ni su familia, ni el éxito de Joy Division; ni siquiera las fantásticas y edificantes historias que le contaba Tony Wilson, ese magnífico mánager y visionario de la música que formó parte de los productores ejecutivos de Control y que retrata de manera inolvidable Michael Winterbottom en su película de 2003: 24 Hours Party People. Steven Coogan se encarga aquí de interpretar a Tony, quien a su vez, se ocupa personalmente de realizar un magnífico crossover cerca del final de la historia. Gracias a Wilson, Joy Division y New Order lograron grabar sus álbumes y formar parte de la escena de Manchester en los años 70 y 80, respectivamente.

Curtis escribe dos cartas. Una, cargada de amor, es para su amante, Annik. La otra, plena en arrepentimiento, es para Deborah, esposa y madre de su única hija, Nathalie. Luego, se va a su habitación y escucha The Idiot, el álbum debut como solista de Iggy Pop que fue producido por Bowie, (otro de los guiños deliciosos que pueden rastrearse de la vida de estos dos personajes en Velvet Goldmine, por cierto).  Es el vinilo de Iggy lo que suena de fondo cuando Deborah halla el cuerpo de Ian. "No quería que esto creciera tanto", confesaba el atribulado cantante antes de sufrir un ataque y decidir colgarse. 

En 24 Hours Party People podemos invadir la intimidad del velorio de Curtis, incluso verlo de cerca, todo esto de la mano de Tony. En Control, es el dolor de los integrantes de la banda y los gritos de Deborah los que dan cuenta de la partida. El final de Corbjin es mucho más poético y fotográfico, por supuesto. Más allá de los créditos finales de ambas historias, y a pesar del dolor que aquello evocaba para Deborah (pues resumía la infidelidad de su esposo y el fin de la relación), puede leerse en la lápida de Ian Curtis:  Love Will Tear Us Apart


Dakmar Hernández. 2020.

2020/10/08

La iluminación celular de Amoda Maa


Ilumínate. Alcanzar la iluminación es cosa de todos los días. 

Amoda Maa, 2018.

Aguilar-Penguin Random House.

Amoda es una maestra espiritual que imparte cursos, retiros, es speaker y autora de varios libros sobre espiritualidad. Ilumínate es, de acuerdo a su oferta de contenido, un libro que lleva al lector a descubrir cómo conseguir despertar, activar la conciencia y encontrar paz en plenitud en "medio de este mundo caótico". Fácil, se lee.

Este es un manual que implica compromiso y concentración, como quien desea comenzar a meditar y no sabe por dónde. Por ello, no es un libro recomendado para no iniciados. Hacia la parte final, desemboca como una montaña rusa, moviendo y agitando todo a su paso. No es casual que los últimos tres tópicos sean el amor, el cuerpo y la abundancia. Muchas veces me he referido a libros que "no te dejan indiferente". Este, te deja de rodillas y sin aliento, pero con esperanzas de levantarse y seguir; eso sí, una vez que aceptamos que duele y ya no sufrimos por eso.

Recomendaría este libro, sin dudar, a quienes están buscando repararse, aceptar el dolor, la soledad o la codependencia amorosa. A quienes buscan iluminar desde la aceptación el camino de su evolución, y reconocieron, aceptaron o comprendieron a sus sombras. El capítulo dedicado a las relaciones, el amor consciente, la pareja iluminada y el corazón roto, es un salvavidas y un bálsamo para el alma, aunque no esté exento de dolor. Insisto, este no es un libro para quien tema mirarse las cicatrices al espejo.

Maa también se basa en el principio de la medicina moderna o nueva medicina de las cuatro dimensiones del ser y la visión holística del cambio. Desde la aceptación de la realidad, hasta la atención del cuerpo, este es un viaje que va desde el Universo hasta el microbioma celular humano; desde nuestros pensamientos extraviados hasta el foco que descansa en el vaivén de la respiración. "Literalmente", -recuerda oportunamente la autora- "estamos hechos de luz". 


Dakmar Hernández. 2020.



2020/09/27

Otoño en Nueva York, el amor y la travesía hollywoodense de Linda Lovejoy



Central Park, los árboles amarillentos y las hojas que cubren el suelo son parte del patrimonio del imaginario inconsciente universal para reflejar la llegada de septiembre. No obstante, tampoco soy tan predecible. En mi caso, la imagen del amor, por ejemplo, no es París. El amor, para mí, es el Tartufo que comí en el Bar Tre Scalini en Roma, y cuya experiencia me marcó al punto de no volver a probar otro el resto de mi vida. A eso le llamo "fidelidad de imaginario" a toda prueba.

En Otoño en Nueva York (Chen, 2000) la fórmula era perfecta para retratar al milenio asomándose a la ventana. Ella, joven hasta el absurdo. Él, maduro, famoso y adinerado. Luego, el argumento era tan simple que fue necesario aderezarlo con sufrimiento, enredos de comedia española del Siglo de Oro, entuertos y malentendidos.  Por supuesto que Richard Gere comprará un vestido a la desconocida y la hará sentir princesa por una noche, para deleite y consuelo de sus Julia Roberts repartidas por el mundo. Sin embargo, en esta entrega ella tiene el corazón roto y morirá pronto. Luego, ¿para qué pensar en el futuro? El mañana no existe. 

El remate es predecible. Un último guiño rememora la muerte -abrupta también- de Jenny Cavilleri en un hospital cubierto de nieve, mientras que el adolorido protagonista de la novela más famosa de Erich Segal, lamenta que su amada haya partido tan pronto ¡Y pensar que esa relación marcó a toda una generación de enamorados en los años 70! En Love Story, (Miller, 1970) el amor es un bastión de lucha contra los convencionalismos, inmune ante las disculpas y víctima del tiempo. No hay tanta diferencia entre historias que se cuentan con más de treinta años de distancia.

Todo viaje (psicológico o físico) implica una aventura frente a lo desconocido. Por eso, cuando Linda Lovejoy pisa por primera vez Los Ángeles, sabe que ya no volverá a ser la misma. Ella es esa mujer "inocente" que tiene una banda sonora compuesta por George Gershwin en la cabeza, que sueña con las estrellas del cine clásico norteamericano, que se espanta por momentos frente a la realidad de un escenario que no luce tan mágico ni tan glamoroso como esperaba. Sin embargo, eso no detiene la posibilidad de recrear sus fantasías y vivirlas hasta el aburrimiento. 

En Linda Lovejoy. Aprendiza de diva, la novela que se puede leer en el site de la querida y admirada escritora española Paloma Corredor, la tensión narrativa obliga al desconcertado lector a sentarse a armar las piezas del rompecabezas que le llevará indefectiblemente al despertar del sueño. La escritura de Paloma no solo es diestra: ella sabe que morimos de ganar de saber qué está pasando en realidad. 

Linda Lovejoy es una deliciosa oportunidad para reír, asombrarse y saborear un poco de glamour decadente en un mundo azotado por la hiper corrección y las falsas apariencias. Al final, todas nos caemos y cuando nos convencemos de que nadie más podrá auxiliarnos, no nos queda otra que levantarnos y sacudirnos la tierrita... ¿O no?


Dakmar Hernández. 2020.

2020/09/20

La loca de la casa tampoco viaja en moto



Así como otras seducían agitando melenas rubias o largas piernas, 
a mí siempre se me daba mejor cuando contaba cosas. 
Para que un hombre me atrajera de verdad, 
yo tenía que creer que nos comunicábamos.

Rosa Montero. La loca de la casa


En muchísimos aspectos de mi vida, sigo siendo una niña. Me enamoro a través de los sentidos, envuelvo en papeles de regalo y halos fantásticos algunas experiencias, subo al pedestal a la gente sin que haya corrido ni siquiera la carrera; eso, aun cuando me quede después con el dorado en las manos, como advirtió Flaubert. 

Hace unos meses, hice mi primer (y único, hasta ahora) viaje en moto. Fui copiloto (de las mejores, valga decirlo) y realmente disfruté el no tener que hablar durante horas. El paisaje era increíble; a ratos parecía formar parte de las locaciones de Breaking Bad (sin el filtro amarillo, claro); en otras, una carretera de Wenders; un pueblo maravilloso, perfecto, mágico o un café de película de Tarantino. Mi compañero y yo no teníamos nada en común, pero esto no resultaba tan incómodo, ya que debíamos comunicarnos solo lo necesario. No obstante, me llevó a lugares hermosos, atravesamos tres estados, me invitó a comer en locales preciosos y finalmente deshizo con gestos torpes, primarios y desesperados, lo que pudo haber sido la velada romántica de dos viajeros exhaustos y felices. 
No obstante, me enamoré. 
¡Por supuesto que hablo del viaje y de la moto!

En 1998, quedé atrapada por la escritura de Rosa Montero. Las historias cruzadas a lo Altman que componen su libro de relatos, Amantes y enemigos, se convirtió durante un tiempo en una especie de catecismo amoroso que reflejaba algunas de mis dudas, mis miedos e inseguridades y como no, de mis búsquedas de aquellos entonces. A Montero la admiro y por supuesto que la leo regularmente; Rosa es de mis favoritas. 

Esta vez, volví a las páginas donde la protagonista es la imaginación o la "loca de la casa" como refirió Santa Teresa de Jesús. Rosa la convoca como la inquilina, la compañera, el límite en algunos casos o el espacio que todo escritor desea alcanzar. En este ensayo, Montero combina de manera magistral las ideas y principios de escritores y críticos, novelas clásicas, nombres olvidados o poco conocidos, para aclarar el panorama sobre la creación, la escritura, la creatividad, el arte y la vida. 

La literatura es un camino de conocimiento que uno debe emprender cargado de preguntas, no de respuestas.




Escribir y leer salvan la vida. El amor (correspondido o no) también puede salvarte o hundirte, pero lo que nunca dejará de hacer es alimentar con pasión, indiferencia o tragedia a una buena historia. Amar es lo más parecido a sentirnos eternos, asoma la autora. Por eso, y porque es inevitable, Ella conoce a M: Sobrio, tímido, inteligente. Pero Ella, la "solo palabras", no consigue comunicarse con Él. Su relación, llena de entuertos y malos entendidos, ni siquiera puede atravesar la barrera del  idioma. Sin embargo, la historia trunca de este amor que la conduce al vacío no una, si no varias veces, la llevará a descubrir aspectos de sí misma que luego el tiempo o la ficción narrativa se encargarán de solucionar. 

Con la idea firme de comprarme una moto -una muy vintage, por favor- salí a dar una "vuelta de prueba" una vez creí hallar la indicada para comprobar que efectivamente, aquel enamoramiento era más que un impulso, una decisión. No tenía ni diez minutos rodando y sentí que me iba a romper del miedo. No podía concentrarme en el camino, tampoco podía dejar de recrear continuas escenas terroríficas en donde todo terminaba mal. Ni siquiera mi mente acelerada y sincrónica trató de convencerme, así que desistí.

Quizás algún día sea otra vez la copiloto y con suerte mi acompañante hable hasta por los codos, como yo. Puede que Él detenga la moto en medio de una carretera solitaria, con montañas que lucirían doradas bajo el sol de la tarde y me bese apasionadamente ¡Todo es posible en el terreno fértil de mi imaginación!

"La ansiedad no puede viajar en moto aún", me dije. "La loca de la casa, tampoco".  



2020/09/09

Secuestro emocional: Las huellas del maltrato en la edad adulta

El maltrato, en cualquiera de sus formas, imprime huellas y heridas que aunque se conviertan en cicatrices, reciban tratamiento o se ignoren con el paso del tiempo, se hacen visibles en acciones cotidianas y en la estructura de funcionamiento desde el Yo adulto. Más allá de los intentos de sanar las huellas de la infancia, muchas de las decisiones o actitudes que tenemos como "gente grande", puede que estén signadas bajo la sombra de nuestro pasado.

Por una de esas bonitas sincronías del Universo, tuve el placer de conocer a la psicóloga clínica Rosa Chávez. Ella es una de esas mujeres que te mira de forma cálida, te sonríe mientras habla, te reconforta. Tras una breve conversación -me imagino que producto de sus años de experiencia- me regaló uno de sus libros: Los padres malabaristas

Antes de comenzar a leer, la busqué en Google. Supe de sus premios, reconocimientos, los estudios que ha realizado en muchísimos campos de terapía holística y su misión de servicio con niñas, niños y mujeres víctima de maltrato. Si bien recibir el libro me dibujó una sonrisa en el rostro, al recordar los años maravillosos que pasé como articulista de la sección "Hijos" de la revista Todo en domingo, del periódico El Nacional (Venezuela); una de las secciones del libro me resonó profundamente: como los hijos de padres abusivos no sabemos cómo imponer límites sanos y criamos a partir de la culpa. Tragué grueso y leí todo el libro de un tirón. 

Recordé a mi ex terapeuta, que es uno de mis mejores amigos, y cómo me ayudó a identificar y tratar de superar mis síntomas de ansiedad. El 2019 fue un año bastante intenso, sin duda. Pero como en todo proceso donde tratas de aliviar los síntomas, la causa de mi enfermedad seguía allí, oculta. No fue hasta este año, -cuando volvieron mis ataques de pánico, producto de una experiencia totalmente aleatoria- que pude evidenciar que mi ansiedad o el insomnio no eran el resultado de mis ejercicios de escritura nocturna, de ver tres o cuatro películas seguidas, de estar pensando en miles de cosas, proyectos y libros como si Ulises viviera en mi lóbulo frontal. Cuando tenía más de un año de estar completamente sobria, de no salir con nadie y de actuar como una quinceañera insegura, hice un curso de codependencia y allí, en medio de uno de los ejercicios de visualización, apareció mi papá. 

Desde que tengo memoria, fabriqué ironías para justificar cuando era la codependiente que ignoraba o la mendiga que suplicaba amor a alguien que apenas conocía. Me mentí, mentí a otros, rogaba por atención o despreciaba con rigor absoluto cualquier muestra de afecto. 

Buscaba a mi papá. Al que no tuve, al que me pegó, abusó, me trató mal durante los primeros quince años de mi vida y se convirtió en la sombra que evité, convoqué, supuse y sufrí durante casi toda mi existencia. No hay antidepresivo que pueda eliminar el secuestro vital que supone que el hombre que más te deba querer en el mundo, te maltrate y te haga sentir que no vales nada. Pero puedes aprender a vivir con eso, y seguir adelante. 

No soy una víctima. Ese papel lo jugué hasta hace poco, cuando creí que no iba a ser capaz de superar esto. Soy una mujer hermosa, inteligente, divertida, con un corazón que posee su propia de red de neuritas sensoriales y que poco a poco, transita el camino de la recuperación. Hace muy poco tiempo, conocí a una persona maravillosa, creativa, amorosa, a la que le dije que no me buscara más después de una semana de aceptar que saliéramos. ¡Tanto desear coincidir con la persona correcta y cuando aparece, sabes que eso no es lo que estás buscando! Como en una película protagonizada por Julia Roberts, este hombre maravilloso me entendió y ahora es uno de mis mejores amigos. Cuando encuentras a alguien que te hace reír hasta llorar, no creo que quieras dejar de estar en contacto, nunca. 

Pedí una cita con Rosa. Ella es experta en heridas y huellas de infancia y no se apoya 100% en la medicación tradicional, aunque sabe que en algunos casos, puede servir de ayuda transitoria. Antes de llegar con ella, tuve una experiencia mística con una chamana, quien también me habló de mi papá y de la culpa y el dolor que me atravesaban mortalmente el corazón. Todas las señales apuntaban a lo mismo. Ya no podía seguir evitando encontrarme de frente con mi mayor temor. Mis hijos están creciendo y ya no necesitan a una madre 100% protectora, requieren de un adulto que los acompañe y los nutra. Los dos son seres dulces, maduros, resueltos. Yo, como afirma el Dr. Jeffrey Thompson, necesito con urgencia  "aprender a bailar con el Universo". 

Los padres malabaristas puede convertirse en una guía útil para resolver las situaciones más comunes en la crianza, pero también aborda de manera amable y muy completa los retos que supone la disciplina en positivo, tener hijos con TDHA, con problemas de adicción, de comportamientos "incontrolables" y mejor aún, funciona como una invitación a revisarnos como padres y entender que no hay nada mejor para un hijo que un padre que invierte tiempo y esfuerzo en su propia sanación. 


Para quienes desean conocer a Rosa, esta es su página. La recomiendo con el cerebro de mi corazón. 



2020/09/03

Latinoamérica es grande: Los Prisioneros y su impacto internacional

Esta semana tuve la oportunidad  -el privilegio, vamos- de formar parte de la primera charla del ciclo de encuentros dedicado a la banda chilena de rock Los Prisioneros, a propósito de la publicación y premiación del libro de Cristóbal González, músico, mánager, escritor y melómano entusiasta recientemente reconocido con el Premio Pulsar a la Mejor Publicación Musical Literaria: Latinoamérica es grande. La ruta internacional de Los Prisioneros. La convocatoria fue gracias a Libros y Bibliotecas, Santiago Ander Editorial y el propio autor. 

En este libro, el autor recoge de manera cuidadosa y con detalles la repercusión e impacto mediático del paso del trío chileno por Latinoamérica. Este es el tercer libro de Cristóbal, y sin duda, el resultado del trabajo y dedicación a rescatar la memoria de uno de los grupos necesarios para entender la música latinoamericana de los años 80 y 90. 

Portada: César Vallejos

González no solo logra reivindicar el éxito y la influencia de la banda más importante del rock de su natal Chile; también enaltece y saca de la sombra a un capitulo de nuestra música  escondido bajo el peso de una de las dictaduras más cruentas y silenciosas de nuestra historia como continente. 

Para quienes vivimos la oportunidad de ver a Los Prisioneros en vivo, la lectura de tantas vivencias sirvieron de puente para erizar la piel, permitir que el imaginario se dejara invadir de anécdotas, compartir puntos de vista, crónicas anónimas, nostalgia y alegría. El encuentro de relevantes personalidades del mundo musical y artístico, del management musical, periodístico y literario al que nos convocó Cristóbal, convirtió este ameno encuentro en una cita inolvidable. 

Como bien señalaba Darcy Ribeiro, los latinoamericanos somos siameses, pero no nos miramos de frente. Nos unen más similitudes que diferencias, sin duda. En al año 91, para mí, una venezolana que cursaba su primer año en la universidad, Chile lucía como un destino lejano, con una situación política imposible de duplicar, con ecos de una situación tan particular como complicada y con todo el peso del silencio propio de una dictadura militar. Serían los discos de Los Prisioneros, Víctor Jara, Violeta Parra, junto con los libros de Isabel Allende, que me abrirían los ojos ante el horror vivido. 

Nueve años después, también Venezuela se sometería al peso de la bota del "gendarme necesario", como señaló una vez Laureano Vallenilla Lanz. Pero esta es otra historia que, a la fecha, no cuenta con rock de protesta; muy al contrario de nuestras más recientes obras literarias, plenas en denuncia frente a una de las "dictaduras democráticas" más longevas de nuestro continente. 

Latinoamérica es grande, nos invita no solo a recorrer nuevamente cada uno de los países que visitó la banda durante su mayor apogeo en la escena; este es un testimonio de quienes fuimos, una vuelta a los escenarios donde podía ocurrir de todo: desde la malcriadez de un cantante que podía torcer el headline de un festival o la lluvia arruinando cualquier intento de corear esa canción tan anhelada. 

Yo volví a mis 18, con mi camisa de cuadros grunge, mis shorts de jeans y botas. Con el pecho cansado de corear a los grandes de ese momento. Feliz de ver a Os Paralamas Do Sucesso, Los Lobos, Los Rodríguez, Soda Stéreo, Sentimiento Muerto, Fito Páez, La Unión, Desorden Público, Miguel Ríos... ¡Los Prisioneros! Después de pasar tres años esperando, desde aquella vez que me sacudió el piso la rabia de un joven, sus letras inteligentes, la desfachatez de quien repetía sin cesar "Maldito sudaca". 

Gracias, mi adorado Cris. 




2020/08/30

Del rechazo al reflejo a ¿por qué no me quieres?

 

                                                                                 Image by Thomas Wolter from Pixabay 

Tuve que pasar 46 años, tres meses y un segundo para que la chamana tocara con su dedo invisible -directamente y sin rodeos- mi herida de infancia. 

Me miró a los ojos.  

No es tu culpa. 

 




2020/01/07

La Luna de las Emociones o el Primer Eclipse Lunar de 2020




¿Triste? ¿Sensible? ¿Confundidx?
2020 arranca con una sacudida de eclipses, cambios y ajustes regidos por Capricornio que se mantendrán durante todo el año, al menos hasta que Géminis se expanda con sus amigos hacia diciembre de 2020 y se relaje un poco tanta fluctuación y cierre de ciclos. Ahora, estamos por vivir el primer eclipse de este año, el segundo en la temporada que se inició en 2019, pero sin duda, uno de los más fuertes en el campo de las emociones.

Padre-Madre-Yin-Yang-Luna-Sol

El Sol es la energía del padre, la fuerza Yang del movimiento, la actividad, el arrojo, la acción. En estos días el Sol está en Capricornio y con él, una fiesta colmada de planetas como no se veía hace un buen tiempo. Mercurio, Saturno, Plutón, entre otros cardinales y fluctuantes. 

La Luna, por su parte, es la energía de la madre, la fuerza Ying del mundo interior, de los sentimientos, la introspección, el hogar, el cuerpo, el templo interno. El satélite de las emociones ahora está en Cáncer, en contraposición a la Tierra y al Sol. Este 10 de enero, la "Luna de Lobo" o "Luna de Vieja" eclipsará nuestra emociones, nos afectará (en mayor o menor grado, dependiendo de nuestra carta astral y los planetas que tengamos en Capricornio o Sagitario), y nos llevará a la arena para atestiguar el enfrentamiento del consciente versus el inconsciente.

La Luna se opone a Mercurio, invitándonos a revisar la manera de comunicarnos con nosotros mismos y con quienes nos rodean. Capricornio nos empuja a ser más prácticos, fríos, a liberarnos de situaciones o personas que no nos ayudan en nada, a dejar ir... aligerar la carga. Esta tensión no debe ser vista como algo malo... Muy al contrario, este eclipse nos invita a aceptar la lección y aprender para superar de una vez algo que hemos estado evitando. ¿De qué signo eres? ¿En qué casas están La Luna, Cáncer y Capricornio? Ahí están parte de las respuestas que andas buscando. 

¿Qué hacer durante el eclipse?
¡Nada! Estos no son días para cargar nuestros cuarzos, elaborar intenciones, hacer peticiones o consagrar a través de rituales o ceremonias. Todo lo contrario. Este eclipse de culminación y cierre invita precisamente a observar, a quedarse quieto, a revisar "la casa" por dentro, a no forzar las cosas y recargarnos para poder solución a temas familiares, fundamentales, necesarios.

Si te enfermas durante estos días, asume que tu cuerpo se manifiesta y habla. Escúchalo, abre ese espacio que necesitas para enfrentar de una vez tus miedos y comienza por sanar tus pensamientos y los falsos conceptos que tienes acerca de ti.

Algunas de mis queridas Brujas me han escrito para contarme que se han resfriado o están atravesando procesos gripales aderezados con las bajas temperaturas de la época. Aparte de convencerme de que nada es casual y  todo es causal, les comparto algunas de las afirmaciones de sanación de Louise Hay, que no solo son milagrosas, también son hermosas, optimistas y de una simplicidad tan profunda como edificante. 



Dejo que mi mente se relaje y se sienta en paz. 
La claridad y la armonía me rodean y están dentro de mí.
El planeta es un jardín natural en el que juego a mis anchas.
Del pasado avanzo hacia lo nuevo, fresco y vital. 


Si deseas conocer más información acerca del eclipse, te recomiendo a mis astrólogos favoritos: 

Si quieres conversar y conocer más,  ya sabes que ando por aquí
¡Un abrazo de poder!

2017/02/04

Un romance de feria





Mandingo

Poco le molestaban las comparaciones. Cada vez que en algún resquicio de la memoria aparecía alguna evocación referida a su nombre, mostraba aquellos dientes blancos y alineados que  de seguro habían diseccionado algún órgano durante sus frecuentes peleas callejeras. Sonreía y luego espetaba una mirada canina y centelleante a los ojos de quien trataba de ofenderle: una acción que no pocos maltratos le había traído y que sólo conseguía endurecerle el semblante.

La fuerza de Mandingo superaba la historia denigrante, la raza de pocos pesos, el peligro y toda clase de prejuicios de quienes se aproximaban a solicitarle alguna tarea. El mito de Mandingo que atemorizaba a muchos se testimoniaba en la estela de mujeres que no aguantaron la vigorosa embestida del animal en celo y murieron inevitablemente con el vientre destrozado. Aquellas, a pesar del resultado, no eran historias infelices. Algunas conocieron orgasmos inimaginables, otras alcanzaron la divinidad o descubrieron sin saberlo el culmen de su existencia. Ninguna vivió para contarlo.



Ellas
Vivían sumergidas en un mundo donde al caer la tarde se encendían las luces y se cosechaba la alegría sin humor. Cumplían con todos sus deberes sin quejarse. Habían aprendido a conocerse, tolerarse, comprenderse y ayudarse, hasta componer aquella unidad en la que ambas conseguían ser resignadamente felices, sin mayores pretensiones. Durante la caravana de carros, camiones, animales exóticos, rarezas, fenómenos y talentos del circo decadente en el que trabajaban como tarotistas, conocieron a Mandingo. Lo  habían contratado para montar y desmontar la vacilante estructura del show. Y como en esas causalidades en las que el universo conspira para que las situaciones se resuelvan de manera insospechada, sin protocolos ni rituales de apareamiento, aquella feminidad compartida pudo alojar sin resistencia a aquel animal feroz con ojos ardientes, que zigzagueaba compulsivamente y remontaba con lujuria, rabia, deseo, frenetismo y locura desde las entrañas de Mandingo.


De eso se trataba la felicidad.


Colorín colorado

Pero el alma de aquel nombre bien encerraba un determinismo difícil de evadir. Un día, después de la función, Mandingo se dirigía a descansar a su cama compartida, cuando las observó riendo y jugando con uno de los espectadores. Aquello era más de lo que podía soportar. 

Nadie podía acercarse a ellas. 

Le pertenecían, sin mayores argumentos. Con el brazo levantado, apretada la muñeca y los dientes, el sorprendido hombrecito anónimo elevado del suelo gemía débilmente atrapado en una tenaza. Un disparo anónimo liberó su garganta. Para ellas, el tiempo se detuvo. Mandingo cayó inerte al suelo y todo se volvió negro.

Tras el luto fue impensable volver a trabajar. Como conocían sus reacciones y el dolor que las invadía, a una de le anunciaron el despido mientras la otra aún dormitaba. Retiraron la valla anunciando el servicio de lectura del tarot y poco a poco toda aquella historia del negro mandinga y las siamesas cayó en el olvido. El circo perdió su fama luego de algunos escándalos menores y falta de personal. Finalmente, tuvo que cerrar sus puertas cuando que el sindicato de payasos tomo el recinto. De las siamesas nunca más se conoció noticia alguna.



*Publicado en Los Hermanos Chang.

2017/02/01

Déjate caer




Hace mucho, lo cotidiano se me hizo irreconocible.

"Quiero irme", pensé.

En ese momento, por supuesto, no sabía si escapar era realmente la solución. Además, ¿a dónde? Recuerdo que me descubría, cada vez con mayor frecuencia, tarareando a Andrelo y aquello de no saber lo que quieres, pero sí lo que no.

El hastío crece lentamente, imperceptible, hasta que se desborda. Y mi revelación no fue tan grandilocuente: tenía meses  editando a un SúperEgo-Gurú-Influencer que no podía redactar 140 caracteres sin errores ortográficos e incluía en su discurso diario  palabras (y conceptos) de transacción espiritual

"¿Cuánto vendimos?" me increpaba diariamente el mercader de sueños.

Mi entorno me cegaba de repente como a quien sale de una cueva. Cuando abrí bien los ojos no fue bonito, ni bueno.

Había cumplido 120 días tratando de comprender la bizarra concepción empresarial de un director ejecutivo  a quien le comenté mis ideas, capitalizó mis esfuerzos, jugó a las cofradías y evitó abrir la puerta cuando corrí detrás de la niña estrella de mi equipo, víctima del maltrato recurrente.

Luego noté al director creativo que cobraba mensualmente la mayor suma de dinero de la empresa y cuyo  mérito era mantenerse como vencedor irrebatible en  SongPop.

Me harté de tratar de negociar con la ejecutiva que me aseguró, sin pausas ni comillas,  que la apariencia era más importante que el intelecto. Capaz de describir a cualquier persona con los tres adjetivos más infames que ostentaba en su escaso vocabulario, cantaba a todo pulmón las canciones de Arjona, a quien consideraba su "poeta" favorito. Y yo, que para ese momento de mi vida ya había aprendido a respetar a todos los lectores  -incluso a los de Coelho- tenía que tragar grueso cada vez que la escuchaba afirmar  "Los libros no son cool" como cita magnánima con la que abría cada repetida y aburrida presentación. "Leen mucho", me atreví a espetarle alguna vez, convencida de los procesos de lectura multipantalla y hasta simultánea en los más jóvenes. Leen y saben más que tú, guapa, me hubiese encantado soltarle frente a los clientes que le celebraban con sonrisas y piropos el bronceado reciente.

Me aburrí del estratega que aseguraba que "tenía muchos años en esto, de las redes sociales", que ya había visto todos los comerciales, las experiencias, las activaciones y que remataba sentenciando que "eso ya lo hicimos nosotros hace años, eso es viejísimo".

Me evadí cada vez más de las reuniones en las que el jefe ejecutivo-fundador-omnipotente hablaba mal de todo el mundo. El jefe no sabía contar chistes, pero todos reían alto y aplaudían con fuerza. Luego venía el bis para explicar el chiste, con énfasis, como si  no lo comprendieras. Aquella era su marca personal: llevarse dos dedos a la frente y preguntar "¿Entendiste?"

Reí secretamente del dueño que aseguraba que su empresa era una "escuela" ante la imposibilidad de justificar el maltrato y de explicar las convocatorias cada vez más frecuentes donde el subject  era -over and over again- una despedida.

Me cansé de los comunicados de ausencia de materia prima, de cierre de empresas, me cansé de los agradecimientos por haber "construido país junto a ustedes por más de 40 años"; me cansé de los asaltos a mano armada donde las víctimas eran todos, ricos, pobres, los más vulnerables, los ciudadanos de a pie. Me cansé de vender ideas sobre productos que no encontrarías...

Me cansé de jugar a que no pasaba nada.

La hipocresía se viste diariamente con básicos de manufactura esnob. Se reviste del aprehender de lo cotidiano. Se vale de ideales, experiencias o suposiciones para modelar pretextos que se convertirán en argumentos, principios que luego constituirán los cimientos de la "cultura organizacional". Un día se convalidan, se legitiman e institucionalizan. Luego, es política de Estado, culto, filosofía y souvenir.

El destino para los otros es la resignación o saltar hacia la nada. Y yo preferí saltar, aun sin saber muy bien en dónde caería.


2014/02/21

En este país, mi país, tu país... Réquiem sonoro para mi Venezuela (I)



Diariamente, aplico "diez segundos para diagnosticar al cerro" mientras cambia el semáforo de la avenida Luis Roche. 
El Ávila luce en ocasiones triste, majestuoso, silente, quemado. Optimista o necesario; recurrente, abusado, irrespetado, reiterativo. Un día es motivo, rabia, hastío, encierro, peligro, seductor a distancia, poema o declaración. Aquí, todos los adjetivos, sentimientos y calificativos son bienvenidos. 
Cuando la inseguridad de la calle me lo permite, ¡hasta fotografío al cerro!  Antes de salir de mi casa abro la cámara del celular  y lo pongo a tiro en mi bolso. Al salir a mi calle, saco el teléfono y  ¡Zas! flashazo- intrépido-anti-motorizados. 

Hoy nos pidieron otra vez en la agencia que regresáramos a casa temprano. El país está fracturado. Vengo de caminar embobada viendo al Ávila durante todo el trayecto. Estos son días que bien habríamos disfrutado en diciembre, que fue en cambio un mes tan frío, nublado y oscuro. 
Ahora vivimos días de cielo azulado y tristes por lo que sucede a ras del suelo. 
Mientras el azul arriba te quema los ojos, las calles se tiñen de rojo sangre.

¿El título de este post? Sí. Es una canción de María Teresa Chacín. Una de esas piezas que  te alborotaba el orgullo y te ponía contento de inmediato (como si eso fuera difícil para nosotros, que sólo con vivir la peor de las desgracias ya estamos listos para estrenar nuestro mejor chiste).  La voz dramática de María Teresa siempre me encantó. Desde las intervenciones maravillosas con el maestro Aldemaro Romero, hasta sus melodías románticas en Sábado Sensacional

Para mí, Venezuela es su música. Ese es mi primer recuerdo de quiénes somos,  mi primer contacto con mi cultura. En casa de mis abuelos, donde crecí, siempre hubo música. Más tarde aprendí lo demás. Centeno Vallenilla, Soto, Cruz, Andrés Bello, Ramos Sucre, Pietri, Salustio, El Chino, Antonieta Madrid... 
Si algo extrañaré de mi país, ese que ya no existe, es su banda sonora orgánica, sus melodías sabrosas y sus voces. En las fiestas siempre se bailaba a Venezuela y se cantaba a Venezuela, al menos para asomar el clímax a punta de tambor y cerrar el bochinche con el "Alma Llanera". 

Desde bien temprano amé cantar y bailar... una vez tuve que teñirme de betún para poder interpretar el canto de faena de "Pilón". Fui feliz. 
Hubo un tiempo en el que mi mamá nos llevó a mi hermana y a mí  hasta la UCV, donde era profesora. Nos dejaba tocar las curvas del Pastor de nubes de Jean Arp y esperó siempre a que corriéramos hasta el cansancio por las rampas del Aula Magna. Loly y yo hicimos clases de cuatro en aulas de la escuela de Educación, hasta que nos rompimos los dedos o ya no hubo profesor, no me acuerdo. Para nosotras no había edificios ni jardines más bonitos en el mundo que aquellos de la ciudad universitaria. 

Pensar en la Venezuela donde crecí duele, aquí y ahora. 
Deseo despedirme del país que conocí. Quiero registrar las voces que me habitan antes de que la memoria responda al desarraigo. 
Canto a esa Venezuela que jamás volverá a ser y que en mi caso, visualizo como una variopinta banda sonora de muchas versiones y entidad multiforme. 

Este es mi playlist de Adiós, mi Venezuela. Son las canciones en esta primera entrega que me recuerdan mi infancia y hasta mi temprana adolescencia. Las que van a ir conmigo siempre.  

Porque no hace falta que me vaya de aquí. Ya soy una extranjera en mi propia tierra. 

El ejercicio es como poner mi iPod primario en aleatorio. Aún presiento una clasificación temporal, incluso en la arbitrariedad. Que lo disfruten.



El twist que no viví, el rock que cantaré siempre 
(Del porqué amo a The Beatles, por ejemplo)

Magia blanca. Trío Venezuela


El último beso. Los 007


Detén la noche. Los 007


Aleluya. Cherry Navarro


Mi limón, mi limonero. Henry Stephen


Tú la vas a perder. Los Darts


Si estás triste. Los Darts


Por qué te vas. Los Supersónicos


El hombre de la cima. Edgar Alexander


El guía. José Luis Rodríguez (sí, "El Puma")

Amor. Spiteri Brothers


De mis afectos. No puedo dejar de colocar aquí la versión de Los Amigos Invisibles y la participación en vivo de Jorge Spiteri, pero el sonido es fatal. Advertidos están.

Las canciones de mi abuela
Mi abuelo siempre escuchó a Carlos Gardel, así que incluiré un par de temas  que ha amado siempre mi abuela y que son bien venezolanos, aunque refieran otras latitudes y otros paisajes sonoros. Reina (sí, es su nombre) fue a muchas fiestas y carnavales con la orquesta liderada por Luis María Frómeta, un dominicano que vivió en Venezuela y que la amó y cantó hasta su muerte.  Una de las dos orquestas más grandes e importantes de mi país. La otra banda  fue "Los Melódicos" que también reproduzco acá.

Aaaaaañoooossss después, tuvimos la oportunidad de ir a unos carnavales con ella y verlos. Fue alucinante... Ni hablar cuando fuimos a ver "Cantando con Billo´s" en el Teatro Nacional, a principios de los noventa. Con la Billo´s resuena gran parte de mi banda sonora navideña, de celebraciones y fiestas.
El otro tema es una versión de Felipe Pirela  de "Sombras nada más" desde lejos, uno de los temas que más quiero en mi mundo sonoro. Pasión pura. 

La versión de Pirela es para quitarse el sombrero.


Qué viva España. Billo´s Caracas Boys


Nuevo circo. Billo´s Caracas Boys


Tabú. Los Melódicos 


Sombras nada más. Felipe Pirela

El disco para las niñas de la casa: A la una. Serenata Guayanesa


Se cantaba en mi casa. Canciones fundamentales para alegrar el alma venezolana

En este país, tu país, mi país. María Teresa Chacín


Con el orgullo aferrado 
a su propia identidad
Tu país eres tú mismo,
 con tu esfuerzo y voluntad
...
Mi país no es un decir, 
es la conciencia de todos
es el quehacer del presente
para forjar el futuro,
y así cultivar la senda
de nuestros libertadores...
En este país, mi país, tu país. 

Moliendo café. Hugo Blanco


Cumbia con arpa. Hugo Blanco




El Catire. Aldemaro Romero con Frank Hernández y orquesta


Tuve el privilegio de entrevistar al maestro. Nos advirtieron que era muy poco probable que nos permitiera más de media hora para hacerle preguntas y tomarle fotos. 
Ese día salimos de su casa siete horas después, abrumados y felices. Nadie dijo que iba a ser fácil, pero tampoco esperábamos compartir confidencias, recuerdos y que nos cantara al piano algunas de sus canciones favoritas. 

La vaca mariposa. El tío Simón Díaz



Notichamo. Contesta por Tío Simón. El tío Simón Díaz


Gracias, tío Simón. Por tanto.

Presagio. Gualberto Ibarreto


María Antonia. Gualberto Ibarreto


Anhelante. Gualberto Ibarreto


Siempre amé la mandolina en este tema. Me emociono tanto al escucharlo. 

La guerra de los Vargas. Unicornio



Canción mansa para un pueblo bravo. Alí Primera


Contar conmigo. Unicornio


Y llegamos a la era dorada del pop en Venezuela (y la balada romántica, of course)

Sálvame. Karina


En un país donde la mayoría de los hijos venimos de hogares de padres divorciados, madres solteras y un largo etcétera de padres ausentes, esta canción fue un éxito inmediato.

A quién. Karina


Nada más poderoso que el primer despecho. Karina fue mi tabla de salvación.


La noche es mágica. Karina


La canción más creepy de mi catálogo preadolescente. Me encantaba Mecano, así que si escuchan atentamente, todo calza a la perfección. Finalmente, este también era el tutorial perfecto para bailar en los ochenta. I love you Karina.

Si tú te vas. Colina

Talentoso con actitud y vida muy muy muy rock n´roll. 

Ganas de llorar. Témpano


Dame solo un minuto. Témpano


Aún paso por tu casa. Fernando y Juan Carlos



Blanco y negro. Elisa Rego


Ni hablar de cuando conocí a Elisa gracias a mi flaco. La besé y la abracé tanto, que debí asustarla.

Para no asustarlos a ustedes, encontré este resumen que contiene a Franco, Rudy La Scala, Kiara, Montaner, y Pentágono, entre otros:



Aquel lugar secreto. Yordano


Química. Frank Quintero con Karina


La canción de mi tío José. La dama de la ciudad. Frank Quintero





Salsa, Latino Pop Bailable y demás especias (por aquí, pase adelante)

Gracias tíos y tías, por enseñarnos a bailar salsa. La salsa brava, la del barrio, la trancada
Bailar siempre me hará feliz. Siempre.

Llorarás. Oscar De León con Vladimir y Albóndiga Monge


Mi bajo y yo. Oscar De León


Esta es una de mis versiones favoritas. Oscar es un duro. Sin duda. 
Este es el gran libro que quise y lamentablemente no pudimos hacer en RHM. Mi deuda editorial.

Mentiras. Sergio Pérez


Tremendo videoclip, tomando en cuenta que fue en 1987...

Mueve un pie. Sergio Pérez


Abran puertas y ventanas,
Que la música nos llama,
Abre el corazón para que puedas escuchar,

Que equivocaciones 
Que ayer fueron callejones,

Hoy son avenidas
Que podemos transitar


Chamo Candela. Daiquirí


Me falta todo. Diveana


Noches de media luna. Diveana



Y llegó Melissa

Melissa, prácticamente, me salvó la vida y me alejó del pop romanticón que se escuchaba a todas horas en mi casa, ganando terreno a los discos de Rock, heavy y blues que tímidamente también se podían escuchar cuando el matriarcado así lo permitía. 
El look de gata rebelde de Melissa sacudió mis cimientos. Su voz grave, las mallas y el cabello suelto me invitó a reencontrarme con mis rulos castaños y a preferir el cabello suelto. En ella, todo era actitud, baile y más actitud. Una cantante pop y romanticona (sí, veo la contradicción) embutida en animal print, botas a lo heavy metal (que maltrataría nuestros ojos a finales de la década) y mucha rebeldía. Las canciones de Melissa competían con mis discos y cassettes de otras heroínas, como Ana Torroja,  Madonna o Cindy Lauper. Era posible ser una rockera caribeña. Poco importaba que ella fuera rubia, rubísima. Era posible. Eso estaba claro.

Generación. Melissa



Y yo no digo que seamos de oro puro
 que no tengamos un lado oscuro,
 pero títeres no somos, eso no...

Somos tú y yo. Generación Halley. Melissa


No soy una señora. Melissa


Una especie en extinción. Melissa


A punto de caramelo. Melissa


Me estoy sintiendo sola. Melissa


Crush pop

Algo hizo click en mi cerebro cuando aparecieron estos chamos con su pinta new wave y sus pantalones rotos. Aquí sonaban grupos de todas partes del mundo, en estos estábamos súper actualizados por ser la puerta de entrada del Sur. Boy Band alternativa, estuvieron en programas alternativos como A Toque, de Érika Tucker. Algo cambiaría (y me salvaría)...

Depende de ti. Wag


Letras. Wag



La revelación: el amor no existe, hay que hacerlo

Cabeza. Sentimiento Muerto



A partir de aquí,  comienza el segundo capítulo de mi réquiem sentido para mi Venezuela. 
(Próxima entrega)